Plaga: Invierno Negro

Capítulo 19. – Tierra Natal

El hombre se alzó ante ellos, cubierto por una túnica parda con capucha, iluminado cenitalmente por las antorchas de la pared de forma que su rostro quedaba oculto. Pero no había duda. Él era el amo de la fortaleza. El mago negro.

La habitación en la que se encontraba era amplia, con un techo en forma de cúpula, un lugar donde antiguamente el señor de la fortaleza había demostrado su dominio, ya que frente a la puerta podían ver un pedestal con un sillón sobre él, y una chimenea a un lado, junto a una mesa en la que todavía quedaban platos que no parecían pertenecer al mago.
Tras él, un tapiz con figuras negras bordadas, guerreando con armaduras y espadas, lucía colores desvaídos, y símbolos rojos y verdes, desconocidos para Leon. Supuso que pertenecía al antiguo clan orco que había vivido allí antes de que el lugar fuera tomado.

– Ahí estás… – Gritó Alphonth, dando un paso al frente mientras apuntaba con su arma. – ¡Tú eres el culpable de todo, ¿no es así? ¡Tú eres el mago negro!

– ¡Así es! – Respondió éste, con voz gruesa y rasposa que les erizaba la piel. – ¡Y ustedes son los que han entrado a mi casa! Admito que son fuertes, llegando hasta aquí… Pero, si creen que me iré sin luchar, están muy equivocados.

A su alrededor, las marañas de hilos negros reaccionaron, arremolinándose para colocarse tras el trono en el que estaba, y otro tanto extendiéndose hasta bloquear la puerta.

Los elfos desenvainaron, y Leon se colocó tras el escudo. Aquel enemigo desde luego era el más peligroso de todos, pero no por ello iban a echarse atrás. Alphonth se puso en guardia preparándose para atacar, pero antes de que pudiera saltar sobre su enemigo, una mano lo detuvo, agarrándolo desde el cuello de la armadura

– ¡Espera! – Gritó Chanty. Su voz resonó en la cámara, y el altielfo, al igual que el resto del equipo, se detuvo y la miró confuso.

– Esos hilos negros, lo de las espadas, el hecho de que los hechizos paralizadores del rayo no funcionen… ¿No se dan cuenta? – Les devolvió la mirada, y luego se volvió hacia el encapuchado. – Puede que seas un mago negro, pero no eres un mago oscuro.

– ¿Oscuro? ¡Soy un mago telúrico, usstarin! – Se retiró la capucha, y las antorchas iluminaron el rostro de un anciano, de rasgos toscos, que no eran de elfos ni humanos y que Leon fue capaz de reconocer como los de un orco. Además, se dio cuenta, su piel era de color oscuro. Un mago negro, pensó, con ironía. Del mismo color que los seres que se veían en el tapiz que había tras él. – Soy Karzac, clérigo de Molbazaar. – Se presentó. – Y supongo que están aquí para reclamar esta torre para tu maldita raza, ¿eh? – Entonces miró a Leon, el único que no tenía orejas picudas y lanzó una carcajada. – Aunque reconozco que es irónico… Un humano enfrentándose a mí, después de todo.

– ¿Qué quieres decir? – Preguntó Leon, que, aunque nunca había visto un orco, sabía que les gustaba pelear contra las demás especies.

–¡Mírate! – Replicó. Los cordones gigantes de gusanos negros se agitaron, y todos aferraron más fuerte sus armas, nerviosos. – ¿Crees que por estar con ellos los usstarin serán más amables contigo? ¿Crees que te dejarán en paz a ti y a los tuyos? ¡Nuestras especies sufrieron durante muchos años el yugo de los señores orejas picudas, pero supongo que sólo los orcos tenemos lo que hay que tener para luchar contra la opresión!

– ¿De qué estás hablando? – Preguntó Fany, que, viviendo toda su vida en el interior de su bosque, tampoco estaba muy puesta en relaciones internacionales. – ¿Qué opresión?

– Es por las tierras. – Dijo Leon, entendiendo. – Tradicionalmente, Arquilia ha tenido durante mucho tiempo disputas fronterizas con Valarys, el reino elfo, pero se resolvieron con la tregua de la Torre de Marfil. Ahora estamos en paz.
– ¿Paz? – Escupió el viejo. –Se ve que tan solo eres un niño. – Añadió con una risa desdeñosa. –La única paz que conocen los elfos es aquella en la que ellos están por encima y los demás les besamos sus finos pies. Puede que quedaran en paz, pero los elfos mienten y manipulan. Tienen todo el tiempo del mundo para esperar.

Los elfos, detrás de Leon, murmuraron. Éste no lo tenía del todo claro. Sabía que podían ser manipuladores, astutos y él podría soñar ingenuo… Pero trataba de ser optimista.
– ¡No todos son así! – Dijo Leon tragando saliva, abarcando con un gesto a sus compañeros. – Puede que a veces sean malos, sí, pero los humanos también podemos ser crueles, y los orcos disfrutan luchando contra los demás. Son un poco extraños, pero en el fondo, nos parecemos más de lo que creemos.

–Te equivocas. Nunca serás uno de ellos, niño. – Respondió el orco, con actitud altiva, de quien sabe, por experiencia, de lo que está hablando. – Crees que estás en igualdad, pero para ellos no eres más que un entretenimiento de reserva. Lo mismo pensaron los míos, ¡Y míralos! – Extendió las manos. Era el único que quedaba, el único orco, el último de su clan. – ¡Creyeron que, con firmar un escrito, los elfos respetarían nuestras tierras! Pero se equivocaron, y los fueron conquistando poco a poco, plantando sus malditas fincas y aldeas. ¡Los elfos dijeron que nos tendrían como a un pueblo independiente! – De repente golpeo el trono con los puños, y los gusanos vibraron tras él, amenazantes. – ¡Pero no dijeron que vendría sus supuestos héroes a hacerse con las cabezas de mis hermanos! ¿¡Y por qué?! ¡Solo para ganar un poco de reconocimiento entre los suyos!¡Reconocimiento por eliminar a uno más de nuestra estirpe, un repugnante monstruo menos para ellos! ¿¡Cual es el honor en ello humano!? ¿¡Quién es el repugnante aquí?! ¡Dímelo!

Leon se echó hacia atrás. Chanty siempre había dicho que los orcos eran seres belicosos, y todo lo que había oído desde que estaba con los elfos eran confirmaciones de ese hecho, de batallas que había habido, pero siempre habían sido elfos los que las habían contado. Y no era ningún secreto que los elfos eran manipuladores. Lo sintió en sus propias carnes.
Entonces, con un escalofrío, se dio cuenta de la causa de aquella manipulación: Una humana, con la que Lord Nomura se había casado, y a quien los elfos veían como un sacrilegio tal que merecía el linchamiento.
Trató de responder, pero sólo podía repetirse que “No todos eran así”, de apuntar a sus compañeros, pero Alph nunca había dejado de tratarlo con cierta condescendencia, y, por mucho que los demás fueran amistosos, no dejó de preguntarse cómo verían que él, por ejemplo, estuviese con Chanty.



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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