Los arcadianos son, por lo general, un pueblo pacifista, cuyo papel en las guerras de los elfos, cuando participan, suele ser el de soporte. Sí, su método de defensa consiste en gasear a la gente hasta eliminar su interés por otra cosa que no fueran Neliam – su diosa particular – y sus flores, pero en su vida cotidiana no son gente que tienda a la violencia, y en sus poblaciones, todo suele ocurrir con una laxitud que tiende a hacerle perder a uno la noción del tiempo.
Por eso, aquella discusión, la paliza verbal entre los viajeros, no pasó desapercibida, y el murmullo se mantuvo entre los elfos azures de la taberna, saturando la atmósfera mientras Alphonth, que había protagonizado el suceso, se volvió a su asiento, relajándose de nuevo y pegándole otro trago a la bebida. – Eso fue…
– ¿Brutal? – Fany miró a la puerta, algo preocupada.
– ¡Rápido! – Replicó él. – No sé, esperaba que respondiera algo, pero supongo que los humanos tienen su tope.
– ¿Y no crees que te has pasado un poco con el pobre Leon? – Dijo Maya, también incómoda.
– Sí, tú tampoco eres inocente. – Asintió Bryznar, encogiéndose de hombros. – También lo pinchaste.
– ¿Qué? ¿Pasarme? Sólo le dije la verdad, él fue el que se puso violento. Y, no, claro que no digo que sea inocente… – El altielfo hizo un gesto, dejando caer las manos en la mesa. – Pero no voy a dejar de exponer mi opinión sólo porque a él le duela, ¿no? – Resopló. – Ya tiene que madurar, hombre. Un niño de veinte años no puede ser el jefe de ninguna expedición, y menos de elfos. ¿Imaginan que le ponen a cargo un niño de veinte años? ¿Qué edad tienen?
Todos tenían más del doble: Para los elfos, veinte años era prácticamente la niñez, la adolescencia. Y, por cómo había actuado Leon, para los humanos también.
– Lo que creo, – Continuó, envalentonado por la falta de negativa. – es que deberíamos irnos. Ya. – Chasqueó los dedos. – Antes de que se le pase la borrachera y vuelva.
– Vaya, ¿Tan mal te cae? – Repuso Fany, enarcando una ceja. – Aunque tampoco puedo decir que lo hayas escondido muy bien todo este tiempo…
– No, no es eso. – Suspiró. – No me cae tan mal, al contrario. Es decir, es un poco… Ya lo han visto, insensato y perdedor, y tiene algunas salidas, como lo del orco, que yo no le pasaría si no fuera por Chanty. Pero me parece que es un buen chico y tiene buenas intenciones. Por eso creo que deberíamos dejarlo aquí. – Los miró, y ellos asintieron, en consonancia. – Vamos a pasar un desafío brutal, y Leon no está ni de lejos preparado para ese tipo de desafío. Vamos, me golpeó y ni siquiera me hizo daño… ¿No creen que sería más compasivo dejarlo aquí, viviendo tranquilo mientras nosotros nos encargamos de las cosas de mayores? ¿Bryznar? ¿Maya?
La exsacerdotisa, la que menos convencida parecía, asintió a regañadientes. – Puede. No lo sé, tal vez…
– Claro. Además, no lo admitan si no quieren, pero en mi opinión, haremos más contra el mago oscuro si no lo traemos con nosotros, ¿verdad?
Y la respuesta le sorprendió, pero no por lo que dijeran sus amigos, sino por el puño que lo golpeó en la cara, propiedad de Chanty, que lo derribó patas arriba con silla y todo.
– Debería darles vergüenza. – Dijo ella, atándose una bolsa de dinero en el cinturón, para luego golpear la palma en la mesa, mirando al resto. – La última parada antes de enfrentarnos a un mal que asola a todo el continente y aquí estamos, luchando como si fuéramos mercenarios novatos. – Se limpió la sangre del puño y cogió la bebida de Alphonth, vaciándola de un trago. – ¿Es eso lo que hacemos ahora, así funcionamos como equipo? – Los miró, pero ellos evitaban los carámbanos de hielo en que se habían transformado sus ojos verdes. – ¿Abandonando a nuestros compañeros a su suerte, bebidos y con el orgullo hecho pedazos? No puede hacer gran cosa, así que mejor pasar de él y dejar que sea más feliz en su otra vida. – Golpeó la mesa con el vaso al devolverlo a ella, vacío. – Eso es lo que podíamos haber dicho, sí. Pero lo podríamos haber dicho de ustedes Leon y yo, ¿No? ¿Qué opinas, Bryz? ¿Crees que servías para derrotar a los no–muertos cuando te encontramos en esa granja? Tal vez habrías sido mejor en aquella pandilla, con tus antiguos compañeros de la guardia.
El elfo gris se encogió en su asiento, mirando a su vaso vacío.
– ¿Y tú, Maya? ¿Cuántos duros crees que dábamos por ti y por tu amiga cuando los encontramos huyendo de una manada de monstruos? ¿O cuántos crees que dábamos por ti, Fany? Muerta de hambre no creo que pudieras combatir.
– Chanty… – Suspiró Maya, pero la altielfa no le dejó defenderse.
– Los recogimos como perros de la calle y acaban mordiendo la mano que les dio de comer. Y sea por el alcohol o los nervios, nada los excusa de ser unos traicioneros. Especialmente tu Alph. – Le dijo, mientras él se palpaba la nariz sangrante.
– Chanty, todo esto es muy bonito. – Replicó él, levantándose y limpiándose con una servilleta. – De verdad. Pero seamos realistas por un momento, ¿quieres? Estamos a la puerta de luchar por el destino de todos nuestros países, de nuestro continente… Y aquí estamos, peleándonos porque el niño tiene complejo de Edipo contigo. ¿De verdad?
Otro golpe fue la respuesta, pero éste no llegó a derribarlo. Sin embargo, a continuación, Chanty, que era más alta, le agarró el cuello del traje levantándolo levemente. – Así que tú, un tipo que viene única y exclusivamente para meterse bajo mis faldas, opina que el hecho de que Leon esté enamorado de mí nos dificulta el avance.
Qué felicidad, pensó Leon, observando las nubes ir y venir. ¿De verdad había algo mejor que aquel espectáculo de luz y color? Cierto era que la parte de “color” sólo fuera azul y blanco, pero era hermoso de todas formas.
– Perdona, ¿Cuántos señores oscuros dices que has derrotado tú? – Le dijo Chanty al altielfo. – ¿Cuántos uros al galope? ¿A cuántos Concilios Elfos dices que te has enfrentado abiertamente? Sí, tienes razón, eres más viejo que él. Pero permíteme decirte, señor magistrado, que tus cien años de funcionario apenas le llegan a la altura al tiempo que lleva Leon luchando contra la Plaga. – Los otros tres se encogieron, agradecidos de que repentinamente la cosa no fuera con ellos. – No soy tonta, Alphonth. Sé que vienes detrás de mí porque soy una buena inversión, como un enano regatea por una buena pieza. Y sé que tu clan ha sido el tapete del Concilio desde hace bastantes años. Puede que seas longevo, cielo, pero te aseguro que a todo hay quien gane.
Editado: 14.05.2020