Plaga: Invierno Negro

Capítulo 23. – El Árbol Sagrado

El Lejano Oriente. Tierra de maravillas y misterios, donde la magia florece más hermosa. Llegar a la parte este del territorio elfo no es lo más sencillo, ya que, aunque no está la inmensa cordillera infranqueable de Akash, está el reino de Arcadia, peligroso por su nelumbam, y la mayoría de la gente respetable trata de evitarlo.

Ese era uno de los lugares más importantes de peregrinación élfica, el Árbol Sagrado. Un ser de siglos de antigüedad, cuyas raíces surcaban el continente entero y del que se decía que provenía la magia. Situado en el extremo norte de Akash y separado de todas las ciudades principales, con algunos monasterios de monjes guerreros consagrados a protegerlo. Y ahora Leon, Chanty y su equipo élfico se dirigían allí, en pos del mago oscuro causante de todo.

–¿Creen que haya logrado llegar al árbol? – Preguntó Maya, mordiéndose el labio. – Es decir, está bien guardado. Hay defensas mágicas a su alrededor, y muchos guerreros protegiéndolo. No hay manera de que haya podido pasar.

–No estés tan segura. – Dijo Chanty. – No es un mago normal, y su arsenal de hechizos tampoco. Ya ha conseguido expandir una plaga por medio continente… ¿De verdad crees que no llegaría preparado?

–No lo sé, Chanty… – Dijo Fany, apoyando a la exsacerdotisa. – Tienes razón, ha hecho cosas horribles… Pero mira este lugar. ¿De verdad crees que estaría así si ese mago hubiera llegado al Árbol?

A su alrededor, el bosque de coníferas parecía estar lleno de actividad, con cantos de aves por doquier y bandadas de insectos. Según lo cruzaban, veían múltiples claros a los lados del camino, donde proliferaban círculos de setas, y muchos espíritus se les acercaban, curiosos, a acompañarlos durante un trecho. Hasta Driine se permitió salir de la capucha de Leon y revolotear un rato junto a un enjambre de hadas, de color verde oscuro y alas más puntiagudas. Y, como es obvio, dos brazos, aunque ellas no parecían notar la carencia de Driine.

Sí, aquel lugar era mágico, y podían ver a lo lejos alguna granja de los gnomos, con grandes organismos fúngicos ahuecados con ventanas justo debajo de la umbrela. Aquel lugar, aunque distinto al Bosque Dorado de la Torre de Marfil, era, en cierto modo, muy parecido, ya que la misma magia corría bajo sus tierras alimentando los árboles y dotándolos de un verde oscuro tan intenso. No, reconoció Leon. Aquello no se parecía al estado en el que habían encontrado el Bosque Dorado. Por allí no se podría pensar que hubiera pasado algún mago oscuro.

–Eso es por la influencia del Árbol. – Les explicó Chanty. – Puede que lo hayan envenenado y esté dañado, pero eso ni significa que vaya a caer en seguida. El Bosque Dorado se apagó porque era allí donde se ocasionó la oscuridad… – Miró a Driine, volando alegremente con sus primas lejanas. – Pero aquí es diferente. Aquí la vida sigue fluyendo, muy cerca de la raíz. Queridos elfos, elfas… Leon… – Giró un recodo del camino y los esperó allí, mostrándoles lo que había más allá. – Tengo el honor de presentarles el Árbol del Bien y del Mal… Glassind, el Ser Sagrado.

Entonces, los viajeros giraron también… Y se quedaron sin habla.

Habían pensado que estaban cerca, que sería un Árbol, en el interior de aquel mágico bosque. Los elfos sabían que era un ser divino, pero incluso ellos entendían su existencia como un ser vegetal. Era un árbol, y, por encima de eso, era El Árbol.

Pero se equivocaban.

Aquello no era un árbol…Era una montaña.

No, tampoco era una montaña. Ante ellos acababa el bosque, con un arco decorado con motivos sagrados, y se abría en una gran superficie, con colinas irisadas que surgían de la tierra. Y al fondo, justo delante de las primeras montañas de Akash… Un inmenso pilar que rivalizaba en tamaño con éstas, de un diámetro que Leon estimaba mayor que la propia Lorecia. Su superficie era tornasolada, como si el artista, al no poder decidirse por un solo color los hubiera usado todos a la vez, a juego con las colinas, que Leon identificó, en un acceso de conmoción, como las raíces del árbol, las mismas que partían hacia todos los rincones del continente.

La copa, que se recortaba contra el cielo azul, era de un verde intenso en el centro, pero que, según iba alejándose de éste parecía tornar a celeste, como queriendo fundirse con el ambiente.

Además, alrededor del pilar principal – tronco, se repitió el humano, era el tronco – había otros accesorios, más finos, como lianas que hubieran caído o árboles que hubieran intentado germinar, para unirse, en la copa, a Glassind. Y, a sus pies, había unas cosas blancas, que Leon habría identificado como setas si Bryznar no le hubiera sacado de su error.

–Edificios. – Dijo el elfo gris, tragando saliva. – Son edificios.

Así era. Aquellos eran los monasterios de los que les habían hablado, las órdenes de monjes guerreros que custodiaban aquella inmensa criatura mágica que se encontraba ante ellos. Y al verla, al sentirla sobre la piel – porque un ser así no sólo se ve, se siente – Leon se daba cuenta de que no eran necesarios, de que algo tan inmenso, poderoso y antiguo como el Árbol Sagrado no necesitaba que lo defendieran.

–¡Vamos! – Los apremió Chanty, espoleando a su montura,  los demás la siguieron, galopando el último trecho y atravesando la gran explanada de colinas coloreadas.
Cuando llegaron a su sombra, Leon pudo observar más de cerca los troncos accesorios, que tan finos parecían al lado del principal, y se dio cuenta de en realidad eran tan gruesos como casas. Troncos que, en cualquier lugar, habrían resultado impresionantes, pero que al lado de aquel coloso parecían simples ramas.

–¡Ahí está! – Dijo Driine, sobrevolándolos, llena de energía. – ¡Pensé que nunca llegaríamos! ¡Por fin!

Sí, compartió Leon, aún abrumado por la inmensidad mágica que tenía ante sí, que no parecía ser de éste mundo. Por fin estaban allí. Habían llegado.



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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