La puerta de las dependencias del mago Cheshire, el consejero del Rey, estaban cerradas, pero al otro lado de éstas se oían voces. – Sí… Sí, era uno de los posibles resultados. – Una pausa, como si se detuviera a escuchar. – A veces dan esas sorpresas… No, no es malo. Sólo es otra oportunidad… ¿Y él? ¿Está bien?
En aquel momento, el rey Asdalian I decidió que ya le había hecho esperar suficiente, y tocó la puerta, entrando después, para encontrar al mago, envuelto por su túnica verde, mirándolo en su silla frente al espejo. – Majestad. – Lo saludó, educadamente, como si no acabasen de interrumpirlo. El rey entró en sus aposentos. – ¿Qué le trae por aquí?
– Mis magos. – Replicó el rey. – Ellos han… ¿A qué huele aquí?
– Probablemente al incienso que coloqué hace unos minutos para perfumar la habitación… ¿Han descubierto sus magos reales el cambio en el campo mágico del continente?
– Han recibido una carta urgente de la Torre de Marfil. – Replicó el rey. – Diciendo que el flujo de magia oscura se había detenido en la Raíz. ¿Qué significa esto, Cheshire? ¿Tu mago ha fracasado? ¿Nuestro plan ha fallado por fin?
– Significa, Majestad, que el heraldo que mandó al Árbol mágico de los elfos ha llegado a su destino y ha librado al mundo de una gran maldición. – El mago se levantó, y le estrechó la mano. – Nuestro soldadito es un héroe, y todo el mundo lo sabe. Los elfos lo saben.
– Sí, sí, ese tal Leon, ¿Verdad? No me podría importar menos el reconocimiento, sólo quiero saber si nuestro pequeño experimento se ha perdido.
– No se preocupe, Majestad. – Sonrió Cheshire. – He estado hablando con mis superiores, y todo irá bien. Así que ahora acumule provisiones y relájese, porque esto no ha hecho más que empezar.
Para cuándo despertó, había pasado ya casi un mes. Salió del sueño perezosamente, encontrándose a Chanty dormida entre una silla y su cama. Los recuerdos llegaban a él como nubes que se disolvían en la nada, sin acabar de causarle, pensaba, alguna emoción concreta. Lo primero que hizo fue observar su propia mano, contra la luz del alba que se colaba por la ventana. ¿Se trataba todo de un sueño? ¿Un mal sueño? Un rápido sondeo en el austero cuartito le respondió que no. Allá en una repisa descansaba, torcida y resquebrajada, aquella espada que Chanty hubiera robado a los elfos.
Y un pulso repentino, ajeno a él, lo sorprendió, revolviéndole el estómago, apresurándolo a lo que parecía ser el baño.
Allí, entre arcadas, su estómago vacío líquidos que no recordaba haber ingerido, pero esto no le dio el alivio necesario a su ser.
Se movió agitado, tambaleándose ligeramente frente a un espejo, tratando de calmarse, y entonces se observó.
– ¿Leon? – La voz femenina llego a sus oídos desde el otro lado, interrumpiéndolo – ¡Leon! –, y Chanty sin poder siquiera esperar, abrió la puerta de golpe, aferrándose a él mientras comenzó a sollozar, hablando más para sí misma que con él, hasta que lo tomó por los hombros, sosteniendo con sus ojos verdes la mirada canela del hombre.
– ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien?
Él se recompuso rápidamente con una sonrisa.
– ¡Si! Estoy bien. Chanty... ¡Estoy tan feliz de estar vivo!
Pero no. Algo no estaba del todo bien.
Editado: 14.05.2020