Mentiría si dijera que no me sentí como una estúpida, juzgué demasiado a alguien que no conocía, y así, traté mal a alguien que no lo merecía. Por momentos me dije “Bueno pero yo no tenía manera de saber”, y sí, pero tampoco tenía que criticarla. Después de esa charla con Amo, Claudia hizo más cosas que cualquiera pensaría que son extrañas; cosas como avisar a su madre todo lo que hacíamos, recalcar el horario por si estaba algún teléfono fuera de tiempo y pasar a propósito frente a cualquier cámara de seguridad. Se conocía dónde estaba ubicada cada una. Sin embargo, ya no me molestaba, me daba lástima. ¿Qué tan cuerdo puede quedar alguien luego de eso?
Desconfiaba de cualquier persona y eso que conocía a bastantes, se aseguraba de tener relación con todos para saber si eran de fiar. Para mí seguía siendo molesta pero mi comprensión creció como su miedo en estos años desde el incidente. Me pregunté cómo sería crecer con un trauma, ya que a mi parecer yo no tenía ninguno y además de estar agradecida por eso, me puse a pensar. Y pensé, que detesto a las personas privilegiadas que no están conscientes de serlo, y creen que los demás tienen sus mismos privilegios. Me empecé a odiar. Porque a pesar del respeto y la tolerancia que me generó saber por lo que Claudia había y está pasando, no la quería cerca, me desesperaba su comportamiento, me llamaba la atención que yo parecía ser la única o todos actuaban muy bien. Su paranoia me era insoportable y estuvimos nada más que tres horas juntas. Prefería tenerla lejos, creo que para mi perfecta vida sin problemas no me quería hacer cargo de los de alguien más, no quería tener una amiga con problemas, esa era mi negación. Una egoísta, eso era. Y lo que creía que era lo peor que me podía pasar, que era conocerla, fue lo mejor. Con los años me hizo sentir algo que se construye, algo que no sabía que podía tener y desearía que más personas lo tengan, se llama empatía, y no, no es lo mismo que comprensión. Yo entendía lo que ella había pasado pero no empatizaba. Hasta que lo hice.
Esa tarde después de despedirnos fui directo a mi computadora cuando llegué a mi casa. Busqué su caso. Vi la foto de su hermana, recortes periodísticos y leí notas enteras. Todo era verdad y peor de lo que Amo me contó. Encima, buscando información sobre el caso me topé con varios otros, con niñas de la misma edad o nombre. Es barbárico, nunca tomé dimensión de la cantidad de casos que había, siempre que pasaban algo en la tele cambiaba de canal. Me enfurecían las marchas cuando quería caminar tranquila por la calle y las alertas cuando quería ver mi programa favorito. Sentía desprecio al querer ver el clima y desayunarme varios casos de desaparecidas o asesinadas, y con el tiempo me desprecié a mí por pensar así, qué irónico. Parecía ficción, algo que no te puede pasar a ti o alguien que conoces, simplemente historias que se inventan, gente que actúa, a la que le pagan, y solo era yo creyendo eso.
En la clase de árabe, al fin pasé al nivel dos. Mi profesora divide nuestro conocimiento en cuatro fases; la primera es novata, la segunda es aprendiz, la tercera es experta, y la cuarta es maestra. Claro que yo solo quería llegar a aprendiz, era un pasatiempo. Por otro lado, Amo sí quería seguir hasta ser maestra. Este lugar me gustó para inscribirme porque no te obligaban a seguir, como otros, podías quedarte en el nivel que quieras y te sientas lista en lugar de obligarte a seguir avanzando y adentrarte a cosas más difíciles e innecesarias para alguien que no quiere dedicarse a eso. En fin, la profesora decidía un color de caderín a la novata que se convertía en aprendiz. Y me eligió el marrón, un color que a casi nadie le gusta, incluyéndome, pero que me queda muy bien, es más, casi toda mi ropa es de ese color. Amo tenía el rosa y ya estaba cerca de ser experta, hace casi cuatro años que hace danza. Meses después me enteraría que entró a hacer esta actividad como escapatoria de lo que pasó con Clarisa. Esa, y las próximas tres clases, no volvimos a hablar de Claudia.