Planeta Eris: durante la paz

CAPÍTULO 2. LA BIENVENIDA DE HARTS.

Con el nuevo clima en Muladhra los días eran cortos y las noches largas, eso era un problema para la mayoría de sus habitantes quienes debían levantarse temprano para trabajar aun con la oscuridad rodeándolos; eso no era problema para Harts, una joven chica de 20 años de edad nacida exactamente en el día que inició la quinta rotación, actualmente se dedicaba a la herrería, una habilidad aprendida de su madre y con la cual cubre los gastos necesarios para vivir, sin más ni menos.

Era la mañana de un día miércoles, por lo que debía comenzar a forjar puntas de flecha; tenía que producir 5 docenas de sacos con 20 puntas que debía entregar para el mediodía del viernes. No era problema, debido a su talento para la herrería no le tomaría más de tres horas terminar su trabajo y aunque tenía más cosas que hacer, la costumbre de su gente la ataba a seguir un itinerario por lo cual no podía adelantar ni atrasar su trabajo. Si ella quería, podía terminar todo el trabajo de una semana en un día, pero no era opción, todos la conocían por ser sumamente torpe o en otras palabras, una lisiada, por lo que seguir el itinerario era lo menos que podía hacer para disminuir la críticas hacia su persona.

No podía evitarlo, simplemente le era complicado acatar las leyes de su pueblo, siempre le habían parecido absurdas. Aun cuando se consideraba una Turf libre, su gente vivía encadenada a sus leyes y aunque sabía que todo necesitaba un orden, ella tenía sus propios ideales y siempre terminaba rompiendo más de una regla, metiéndose en problemas, solo lograba salir de prisión gracias a que el Rey era su amigo de la infancia y debido a que su madre le había salvado la vida a éste; por esa razón siempre le perdonaban sus delitos. Harts trataba de actuar como el resto, pero inconscientemente siempre terminaba siendo ella misma y desde que apenas tenía 11 años de edad ya se había ganado la desaprobación de muchos, a sus 15 años el desprecio y para sus ahora 20 años, prácticamente todos la odiaban a excepción del Rey y un par de amigos, los tres de la infancia.

Esa mañana salió de su humilde hogar en dirección a su herrería, donde trabajaba sola ya que nadie quería ser su empleado y nadie deseaba contratarla; el Rey la nombró como una de las herreras reales por lo que trabajaba haciendo armas y armaduras para los guerreros oficiales, gracias a ello ganaba dinero, de otra forma ya hubiese muerto de hambre. En su herrería luego de las tres horas exactas de terminar de forjar todas las puntas de flecha para ese día se quedó sin nada más que hacer así que cerró su establecimiento y caminó, como todos los días, hacia el lago Esza, el único lago en todo el territorio que no estaba congelado, resultaba aburrido, pero no podía visitar a ninguno de sus pocos amigos. Casse trabajaba como curandera y su itinerario la tenía ocupada hasta el atardecer. Su amigo Mulab era un guerrero real que protegía directamente al Rey Tares y eso le ocupaba prácticamente todo el día; por otro lado su amigo el mismo Rey siempre estaba ocupado con sus asuntos políticos y su familia, no tenía tiempo para ella, apenas tenía el suficiente para sacarla de problemas.

Lo único que le quedaba era mirar su reflejo en el lago, imaginando una vida diferente a la que tenía; su mente la hacía crearse miles de escenarios diferentes y de todos ellos el que resultaba más imposible también era el que menos le gustaba. Imaginaba que era apreciada por su gente, que era útil y aunque quería ser como los demás, al final la idea solo le dejaba un sabor amargo; incluso le era más interesante ser uno de esos pequeños peces bajo el lago.

*

Dos días después, el día viernes al mediodía despertó. Abrió los ojos con pereza cuando sintió los rayos de luz sobre sus párpados, inhaló profundamente y liberó el aire contenido en un poderoso bostezo, fue entonces que se dio cuenta de su error; era mediodía. Debía entregar las puntas de flecha y no estaba lista, su hogar quedaba a 5 minutos caminando de la herrería y luego, la herrería quedaba a 15 minutos de la arquería; correr -a menos que fueras un niño, curandero o guerrero- estaba prohibido y se pagaba con dos días en prisión, pero si no llegaba antes de que el mediodía terminara entonces su falta debía pagarla con una semana de prisión y por ello, la mejor opción era la primera.

Se cambió de ropa con suma rapidez y tomando una hogaza de pan con miel, caminó a pasos rápidos hacia la herrería llegando en un minuto, comiendo su pan en ese lapso. Tomó las cinco docenas de sacos, las ató como pudo en su cintura y corrió hacia la arquería; corriendo llegaría en 8 minutos, pero si tomaba un atajo llegaría en cinco y llegaría a tiempo. El atajo era cruzar por una pequeña relieve y dar un gran salto pasando por encima del camino real, nadie la vería dar el salto lo que era una suerte ya que equivaldría a dos días más de prisión.



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En el texto hay: magia, nobleza, lgbt lesbian

Editado: 27.05.2019

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