Platónico lo llaman | Vis a Vis

7.- Ranita, ranita...

La luz en los pasillos le dejó claro que la alarma para levantarse no tardaría en sonar. Había sido una pesadilla. Una pesadilla dentro de otra pesadilla. Sus compañeras de celda ya estaban de pie frente a sus camas, haciéndolas, listas para el recuento.

Anabel se giró hacia la litera de Susan y rió, volviendo a sus sábanas.

—Mira, Sole. Otra que se levanta mojada... ¿Ves como no es tan raro?

Soledad se giró hacia la chica. Su aspecto era diferente, su pelo estaba despeinado y los mechones que caían por su rostro estaban mojados de sudor. La mujer se acercó a ella, dejando la cama para otro momento.

—¿Estás bien, chiquita? —preguntó con las cejas fruncidas.

—He tenido una pesadilla —respondió ceñuda, acercándose, como medianamente pudo, al borde de la cama. Macarena había tenido que cambiarle su litera baja por la de arriba, para que le resultara más sencillo subirse a la silla. Sole no necesitó que la chica le pidiera que le acercara el artefacto, lo hizo casi de forma automática. La ayudó a sentarse y ella empezó a hacerle la cama.

—Están empapadas —comentó, preocupada.

—Habrá soñado cosas bonitas —añadió Anabel innecesariamente—. ¿Qué? ¿Había moros en la costa?

Soledad y Susan le lanzaron una mirada amenazante. Macarena Ferreiro estaba presente, y eso hizo que Susan se incomodara. No le convenía que ésta supiera nada acerca de sus sentimientos hacia Zulema.

La rubia por supuesto no quedó ajena a ese comentario, y sábana en mano se giró hacia las mujeres, curiosa.

—¿Me he perdido algo? —inquirió con ese característico nuevo tono suyo, chulesco.

—Tú siempre te pierdes muchas cosas —intervino Anabel con rabia—. Te perdiste en la enfermería, luego perdiste el champú, luego perdiste mi droga en el patio. Ah, no, perdona, mi droga la has perdido dos veces. Aunque la última vez no la perdiste —se le encaró, acercándose poco a poco a ella, y a pesar de ser considerablemente más bajita que la contraria, no tuvo remordimiento alguno en amenazarla—. Zulema no siempre va a estar ahí protegiéndote las espaldas... Algún día conseguirá lo que quiere, y será ella misma quien se deshaga de ti.

A Macarena se le hincharon las narices con aquel comentario. Por eso y porque cada día soportaba menos a Anabel. Su sola presencia ya le irritaba.

—¿No te quedó claro ya ayer lo que te dije? Búscate un nuevo oficio, Anabel... Se te acabó el chollo.

Soledad se mantuvo al margen, estirando la cama de Susan, aconsejándole con la mirada que no se metiera en medio de la discusión.

La morena por supuesto no pensaba en hacer tal cosa, menos ahora que su tema se había enterrado por fin.

—Te crees muy valiente —provocó Anabel—. Pero no sabes lo que es esto. No sabes cómo funcionan aquí las cosas. Llevas aquí dos días y ya te crees la puta jefa —se burló.

Macarena dio un paso al frente, enfrentándola. Ya solo con los centímetros de más que le llevaba, era más que suficiente para quedar por encima en todos los sentidos.

—¿Y qué vas a hacer?... ¿Me vas a esperar a la salida? —se burló la rubia, arqueando una ceja.

Anabel se mordió el labio, descendiendo la mirada para aguantar, para reunir paciencia unos segundos. Finalmente la miró, con los ojos aguzados.

—Yo de ti, tendría cuidado...

El estruendo metálico de una porra contra el hierro de las literas las sobresaltó a todas, más a Susan y a Soledad, que estaban justo ahí, donde vibró con mayor intensidad contra sus oídos.

—Qué coño pasa aquí —Valbuena, barbilla alzada, contempló con superioridad a las presas. Anabel y Macarena se separaron poco a poco, volviendo cada una a sus tareas, ceñudas. El guardia se dirijo a Sole—: Soledad Núñez —remarcó—. Esta no es su litera —su tono era burlón, por ello no la tuteó, todo formaba parte de la misma mofa.

Miró entonces de soslayo a Susan y sonrió con suficiencia. Se giró hacia ella, y agachándose con pedantería, dijo—: Haz la puta cama.

—Valbuena —quiso interrumpirle Sole, pero él no le dejó.

Alzó la mano raudo y firme, y la hizo callar con aquel simple gesto, sin dejar de mirar a Susan.

—¿No me has oído? Que hagas la puta cama.

La chica lo observó desafiante. Era cierto que ella, con más o menos esfuerzo podía hacerlo, ¿pero qué más le daba a él si alguien le prestaba ayuda?

—Creo que no estamos haciendo nada que se salga de la normativa —respondió.

Valbuena soltó una risa sarcástica.

—No me vengas con gilipolleces. ¿Te has leído tú la puta normativa? ¿Tienes idea siquiera de lo que pone ahí?

—No. No me la he leído, pero tampoco hace falta tener un master para saber que la ayuda no está prohibida en ninguna ley.

La situación no hacía más que empeorar por momentos. ¿Desde cuándo una presa se le ponía tan chula? La última fue Kabila y acabó violándola, después vino Saray y terminó en aislamiento, y él sin un testículo. No supo si verdaderamente merecía o no la pena enfrentarse ahora mismo a alguna más de esas mujeres, así que lo haría de otra forma.

Le dedicó una sonrisa sarcástica y se reincorporó, ayudándose de sus manos, impulsándose de sus rodillas.

—Haz la cama —insistió con esa misma mueca de falsa bondad, un gesto que dejaba muy en claro que si no lo hacía, tendría preparado para ella algo peor.

El guardia se marchó de la celda con las manos apoyadas sobre el cinturón, "marcando paquete". Un uniforme podía darte mucho poder, o aniquilártelo por completo, ahí estaba la diferencia entre ellos dos; el traje de guardia y el traje de presa. Las dos caras de la moneda.

—Este tío no tiene otra cosa que hacer que tocar los cojones —murmuró Sole, ceñuda, mientras se acercaba de nuevo a la cama de la chica para terminar de hacerla.

—Bueno, tendrá que tocárselos a alguien ahora que se ha quedado sin —comentó Anabel.

—Es un hijo de puta —intervino Susan—. Si Saray le hizo eso debió tener un motivo de peso.



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En el texto hay: amorodio, lesbico, accion

Editado: 12.04.2020

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