PlatÓnico: Doble Vida

CAPÍTULO 7

Eren nació en la ciudad de San Marcos, en la frontera de Guatemala con México. Su madre se embarazó siendo adolescente y unos meses después del parto se escabulló para trabajar en USA así que lo crió su abuela Ruth. Fue un niño extrovertido y con mucho ángel. Sus tíos lo ponían a cantar en las fiestas debido a que su voz hacía estremecer de emoción a los oyentes y no faltaba quien le diera un billete como recompensa.

Hacía las compras de algunos vecinos a cambio de una moneda que más tarde gastaba en alguna chuchería o jugando a las canicas.

Cuando su madre dejó de enviar dinero, la abuela debió limpiar más casas para sacar adelante a su nieto y a sus otros tres hijos. El abuelo los había dejado por otra mujer, había tenido más hijos y por esos rumbos no había leyes que lo obligaran a hacerse responsable de su primera familia.

Aún con carencias, Eren consideraba haber tenido una infancia feliz. Podía pasar horas en su cuarto formando un campo de batalla con sus soldados verdes de plástico duro junto a pedazos de cartón que fungían como barricadas o bien brincando en los charcos imaginando que se lanzaba a un lago desde una gran altura. Entraba a la casa con el cuerpo y la ropa tan mugrientos que solía ganarse un jalón de cabello de su abuela quien estaba cansada de lavar a mano lo de su familia y lo ajeno.

En la adolescencia se hizo aficionado al básquetbol y debido a su elevada estatura ganaba todos los rebotes para su equipo. Ahí comenzó a tener admiradoras, chicas que revoloteaban a su alrededor atraídas por su belleza masculina y habilidad deportiva.

Entrando en los veinte, en plena etapa universitaria, estuvo a punto de abandonar la escuela porque la consideraba aburrida; sólo la promesa hecha a su abuela lo mantuvo ahí. Por esa época se hizo novio de Vale, una linda chica de su grupo. Fue su primera relación seria y más adelante se separaron porque ella se graduó antes que él y se mudó a Europa.

Ni bien había terminado su noviazgo y ya tenía un grupo numeroso de chicas esperando una oportunidad atraídas por su 1.90 m, su piel blanca, ojos grandes, cejas pobladas, cabello ondulado ligeramente largo y alborotado, labios gruesos y sonrisa contagiosa.

Le faltó un semestre para concluir la carrera de veterinario y entró a trabajar en un consultorio atendiendo perros y gatos con un salario menor al de su abuela.

Cambiaba de novia a cada rato pero no se enamoraba pues lo consideraba una pérdida de tiempo.

Tenía muchas habilidades, era de esas personas que tienen el don de hacerlo todo bien. Cocinaba, hacia postres, manualidades, costura, plomería, electricidad, un poco de mecánica, carpintería, pintura, escultura, fútbol, básquetbol, canto, baile y una lista larga.

Soñaba con tener varias cosas, una gran casa con alberca, un carro del año, ropa, zapatos, viajes. Deseaba sacar a su abuela de trabajar y darle lo mejor pero muy apenas cubría sus propios gastos con sus ingresos.

– ¡Explota todas esas habilidades y serás millonario! –Le aconsejaba Ruth.

– ¡Me ganaré la lotería y te compraré un palacio! –aseguraba Eren.

–No es necesario, me doy por bien servida si algún día pagas los servicios de la casa –decía ella riendo medio en serio medio en broma.

El común en su barrio era la carencia, sin embargo Eren se sentía diferente a sus vecinos. Sabía, presentía que su vida iba a cambiar y que un día podría regalar una bicicleta nueva a ese viejo que pedaleaba muy apenas vendiendo verduras o pondría focos nuevos en la entrada de la casa de sus tíos. Llegaría en un flamante carro nuevo y llenaría las manos de golosinas a toda la chiquillada del barrio.

A los 24 años ya había tenido alrededor de 17 novias. Tenía relaciones sexuales con algunas de ellas, siempre con protección porque lo que menos deseaba era enfermar o traer un niño al mundo antes de ser rico.

Se consideraba incapaz de estar más de una semana sin sexo. Deseaba tener una relación no formal en la que su pareja estuviera a la par que él en apetito sexual pero sus novias invariablemente deseaban casarse y exigían mucho de su tiempo; siempre les advertía que no iba en serio y por eso no prosperaban sus noviazgos.

Tenía un mejor amigo, Bruno. A él le contaba sus sueños y aspiraciones esas tardes en que bebían refrescos y botanas ya que ninguno tenía gusto por el alcohol. Prometió regalarle una playera original de su equipo de fútbol europeo favorito así como una motocicleta deportiva.

Mantenía su carácter extrovertido, ameno, amable y gracioso. Invariablemente era el centro de atención en un grupo de personas, caía bien a todos, era ligero con cero conflictos internos o externos, un chico que disfrutaba la vida y vivía el día a día con plenitud. Cantaba melodías románticas al oído de cada novia en turno y besaba con pasión. Se adaptaba a todo, si debía acompañarlas a comprar ropa les ayudaba a escoger, si había que apoyar con alguna tarea lo hacía con gusto.

 

La vio por primera vez en la veterinaria. Su amiga llevó a una perrita a vacunar y ella hacía gestos de desagrado cuando él animalito ladraba. Aparentaba unos 35 años, no era guapa, era alta, fuerte, morena, un tanto hombruna y se manejaba con seguridad.

– ¿Podrías darme tu nombre y número de teléfono? Es por si necesitamos tus servicios más adelante –solicitó ella.




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