PlatÓnico: Doble Vida

CAPÍTULO 8

El departamento estaba en una buena zona, era pequeño pero bonito y de buen gusto. Lucrecia preparó un delicioso desayuno que incluía huevos, tayuyos y café.

Mientras comían platicaron sobre el clima, la situación del país y los animales antes de hablar de sí mismos.

–Soy de la capital, la ciudad de Guatemala –expresó Lucrecia entrando en confianza–. Estoy en San Marcos porque mi socia (la dueña de la perrita) y yo tenemos un negocio de venta de productos artesanales a nivel nacional e internacional. Estamos renovando un contrato con el gremio local para la exportación de los productos a Veracruz, México, lugar a donde iré a vivir en unos meses. En esa ciudad ocuparé un cargo gerencial en la industria química. Es una gran empresa de unos amigos de mi padre y sé que ahí desarrollaré eso que me tanto gusta y para lo que estudié, la Ingeniería Química.

– ¡Uff! –Eren expresó admiración–. No es fácil ser una mujer independiente, emprendedora, culta, educada y amable. Pero dime, ¿Por qué me invitaste a desayunar si no nos conocemos?

– ¿No es obvio? Eres guapo a rabiar y cualquier mujer babea al verte. Ambos rieron a carcajadas.

– ¿Cuántos años tienes? –preguntó Lucrecia.

–En unos meses cumpliré 25 pero que no te guíes por ello porque soy muy maduro. –Luego de dos horas de charla, Eren vio su reloj y se levantó–. Te invito a bailar esta noche.

–Acepto –dijo de inmediato Lucrecia.

 

Era la primera mujer que bailaba tan bien como él. Hacían tanta sinergia que la gente los rodeó aplaudiendo. Lucrecia era incansable, se movía a  buen ritmo con cualquier tipo de música. Eren estaba impresionado. Les sirvieron una cerveza de la cual él bebió sorbitos pues no estaba acostumbrado; ella bebió nueve y estaba como si nada.

–Te acompaño a tu casa –sugirió él después de medianoche.

–Mejor te llevo yo, es tarde –dijo Lucrecia.

– ¡Quédate a dormir conmigo! –invitó Eren.

–De acuerdo –aceptó ella.

 

La abuela estaba dormida en su cuarto como todos los días a esa hora. Eren condujo a Lucrecia a su recámara y se acostaron. La besó y acarició pero ella lo frenó.

– ¿Qué pasa? –preguntó él.

–No haré el amor hasta estar casada –respondió ella.

– ¡Sólo déjate llevar! –susurró el chico besando su cuello pero ella volvió a detenerlo.

Al día siguiente, Eren presentó a Lucrecia con su abuela y se sentaron a desayunar.

– ¿Son novios? –preguntó Ruth.

Lucrecia movió la cabeza negativamente.

–Es mi futura esposa –afirmó él.

– ¿Qué edad tienes muchacha? –la abuela alzó una ceja con cara de desconfianza.

–Soy poco más de 10 años mayor que Eren y acabamos de conocernos –Lucrecia apartó la vista de la abuela y la dirigió a Eren–. Si va en serio lo de casarnos los llevaré el próximo fin de semana a pedir mi mano a casa de mis padres en la capital.

–Totalmente de acuerdo –concluyó Eren.

 

 

La abuela Ruth y Eren nunca habían visitado una casa tan lujosa. Al frente había amplios jardines y un garaje con cinco autos. Un ama de llaves uniformada los hizo entrar y los padres de Lucrecia ya los esperaban en la sala. Se dieron los saludos y pasaron al comedor donde les sirvieron comida deliciosa y variada.

–La celebración del compromiso será a las 8 de la noche –informó Claudia, la madre de Lucrecia–. Nos acompañarán familiares y amigos cercanos.

Después de un rato de charla, Lucrecia condujo a Eren y a Ruth a sus respectivas habitaciones.

Eren hizo entrar a su novia al cuarto.

– ¿Cómo debemos vestir mi abuela y yo? La ropa que traemos es informal.

–Más tarde les haré llegar trajes adecuados, no te preocupes, descansa para que disfrutes la noche –se percibía un ligero tono de mando en Lucrecia.

Eren intentó besarla pero ésta se apartó.

– ¡Ten paciencia cariño!

 

 

La abuela no podía sentirse más fuera de lugar en una reunión como esa, sentada con gente estirada que parecía murmurar en vez de hablar.

Lucrecia arrastraba a Eren de un lado a otro presentándolo con todos. En tiempo récord, el chico estaba rodeado de un grupo de hombres y mujeres contando anécdotas y haciéndolos reír con ganas. Damas jóvenes y no tan jóvenes suspiraban al conocer a un joven tan apuesto y encantador.

– ¿De dónde sacaste a ese Dios griego? –preguntó una de las invitadas a Lucrecia.

El traje de Eren parecía hecho a la medida y acentuaba su esbeltez y estatura. Se sentía a gusto en él, encajaba perfecto.

La abuela se veía incomoda, la ropa no le gustaba, extrañaba su casa y su ambiente.

– ¡Ten paciencia y disfruta! –le pidió Eren.




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