– ¡Por favor abuela! –rogó Eren–. Múdate con nosotros a México, al fin podrás descansar y vivirás como una reina.
–Te amo muchísimo –Ruth dio un beso a su nieto–. Sin embargo para una persona mayor como yo es imposible desarraigarse de su casa, su barrio, familia y amistades. Esos cambios son para gente joven. Moriría de tristeza en un país con otras costumbres y donde no conozco a la gente.
–Nunca nos hemos separado. Mi vida estará incompleta sin ti –exclamó Eren con lágrimas en los ojos–. Sabes cuánto te amo, lo eres todo para mí, no pude haber tenido una madre mejor, has dado todo por mí y no me alcanzaría una vida para compensarte.
–Lo que más deseo es que seas feliz, esa es mi recompensa –las lágrimas mojaban la cara de la abuela mientras tocaba el rostro de su amado nieto–. Me duele en el alma tu partida pero ya has abierto tus alas y los hijos se crían para eso, para que vuelen cuando estén preparados. Además es mejor para los recién casados vivir solos, tener sus aciertos, errores y formar su propia familia.
Lloraron un rato abrazados y luego la anciana se fue a la habitación que le asignaron en esa enorme mansión por segunda vez.
Los novios se retiraron a su recámara cuando la mayoría de los invitados ya se había marchado.
A pesar de la ansiedad por el tiempo esperado, Eren trató que su esposa disfrutara de eso que para él era algo sublime. La acarició y besó de pies a cabeza, fue gentil y paciente. Sin embargo Lucrecia no reaccionó cómo él esperaba, más bien parecía desear que todo acabara rápido.
Antes de quedar dormido, Eren se prometió que poco a poco su mujer iba a disfrutar del sexo tanto como él. A la mañana siguiente volvió a hacerle el amor pero obtuvo el mismo resultado.
Dos días después de la boda, los novios fueron a dejar a la abuela a su casa y a despedirse.
Eren ya había renunciado a su empleo en la veterinaria. Todas sus pertenencias cabían en una maleta que puso en la cajuela de la lujosa camioneta que ahora conducía.
Vecinos, familiares, amigos y hasta ex novias se amontonaron afuera de la casa para despedirlo, unos lo veían con admiración, otros con envidia. Era el primero del barrio que viajaría al extranjero. La petición común era que no los olvidara.
Eren abrazó con cariño a cada una de las personas que estaban ahí pues eran parte de su historia. Por último rodeó el cuerpo de su amada abuela.
–Ten por seguro que vendré a verte con frecuencia. Sé que tú también irás a visitarme –exclamó besando las manos de su confidente, apoyo, y complemento de vida, la única madre que tuvo desde que nació.
Por fin la camioneta se perdió de la vista de todos y cada uno volvió a la rutina de sus vidas.
Pasaron 15 días recorriendo algunos lugares turísticos del centro de México en su luna de miel: la Cdmx, Morelos, Hidalgo, Querétaro y Guanajuato. Estuvieron muy a gusto y al término de las vacaciones se instalaron en una preciosa y amplia casa en el Puerto de Veracruz.
Lucrecia era una mujer inteligente, ordenada, disciplinada, justa, compartida y espléndida. Pagaba los gastos de ambos sin regatear un centavo. Estaba acostumbrada a la buena vida y su esposo también disfrutaría de ella.
Se llevaban bien, platicaban, reían, aún no salían a la luz los defectos de ambos, excepto uno. A los pocos días de casados, Eren supo que eran totalmente incompatibles sexualmente y ese era un problema grande para él. A ella no le gustaban los besos, abrazos y caricias. Era bastante buena y comprensiva pero el contacto físico no era lo suyo.
Lucrecia compró a su esposo un extenso guardarropa nuevo de la mejor calidad además de toda cosa que él deseara. Ya en la casa, surtió lo necesario para que tuvieran cada día un poco más de lo mejor. Contrató a una señora para el aseo y cocina así como a un jardinero que además se ocuparía de la alberca y cualquier detalle de mantenimiento.
Se presentó en la empresa de inmediato iniciando con una jornada laboral de poco más de 8 horas diarias. Las llamadas telefónicas y conexiones remotas sin embargo, podían ser a cualquier hora.
A media tarde comía con su esposo y luego se marchaba al centro comercial donde estaba instalando su tienda de artesanías. Era una mujer hiperactiva. Por las noches tallaba y pintaba unas pequeñas esculturas que serían vendidas junto con los demás productos hechos a mano. Después le siguieron unos alhajeros, luego playeras con bordados multicolores. Se llenaba de actividades interminables ignorando a su esposo quien esperaba impaciente en la cama queriendo desahogar esa necesidad sexual que nunca se apagaba y quedándose con las ganas.
Eren dormía hasta tarde, luego se ejercitaba en el amplio gimnasio de la casa y nadaba en la alberca por una hora. La señora del aseo le servía lo que él deseara como desayuno en el hermoso jardín. Más tarde se paseaba por las tiendas y compraba lo que se le ocurriera con la tarjeta que Lucrecia le había dado.
Trataba de estar en comunicación con familiares y amigos. Hablaba a diario con su abuela, además le enviaba una jugosa cantidad de dinero para que no trabajara más.
Estaba muy a gusto con su nueva vida pero sabía que tenía qué dedicarse a algo pues no podía permanecer así siempre.