PlatÓnico: Doble Vida

CAPÍTULO 14

Eren estaba habituado a la dinámica del refugio, la convivencia con los voluntarios y principalmente su nueva amistad con Alexa. Era una chica encantadora con ojos bonitos y mirada limpia, hasta podría decir que un tanto inocente, muy joven claro, tan solo 23 años. Él pronto cumpliría 28 y estaba seguro que no se había enamorado de alguna mujer hasta ese momento. Alexa era fácil de amar, le parecía un tanto insegura y también percibía en ella una tristeza que trataba de ocultar. Usualmente sentía ganas de protegerla. Jamás hablaba del padre de su hijo; en su solicitud de empleo indicó que era casada pero no lo parecía. Las tardes cuando llegaba al refugio con el niño daba la impresión de no querer irse. Si la hubiera conocido antes de casarse le habría encantado que fuera su novia, obviamente una novia en serio porque ella no era para pasar el tiempo. En fin, era tarde para eso y sólo podían ser amigos.

 

–Alexa, me gustaría llevarte a tu casa a diario, de esa manera no pasarías tanto tiempo en el transporte público –Eren se lo dijo de repente mientras curaban la pata de un perrito lastimado.

–Gracias, acepto tu oferta. Javier y Angélica van por el mismo rumbo que yo así que si no es molestia nos ayudarías a los tres –dijo ella apenada.

–Entonces los llevaré también –aseguro él complacido.

A partir de ese día, Eren tomó por costumbre acercar a los chicos voluntarios a una parada de camión, llevar a Alexa al jardín de niños a recoger a Lucas Jr. y enseguida dejarla en su casa.

–No es necesario que te desvíes hasta mi colonia –manifestó la chica avergonzada la primera vez–. Es suficiente que me dejes en el jardín de niños. Por cierto. –Le extendió un billete–. Esta es mi contribución para la gasolina.

Él rió a carcajadas.

–No seas tontita y apresúrate a recoger a Lucas Jr.

Al verla caminar hacia la entrada de la escuela, Eren cayó en la cuenta de que no parecía estar acostumbrada a recibir atenciones.

Esos momentos conviviendo en el auto los llenaban de felicidad, ambos sabían que sólo sería amistad pues no podían cruzar la línea. Se hicieron más cercanos y en sus charlas hablaban de su día a día.

 

 

Había pasado un año desde la muerte del pequeño Adem y estaba siendo el dolor más grande que Eren experimentó. Pasó los primeros meses llorando al recordar su carita, su olor y esas manos diminutas. La vida le regaló lo más bello, antes no sabía que podía existir tanto amor, tampoco tanto dolor. Tuvo días en los que deseaba refugiarse en un lugar lejano y solitario, huir del contacto con la gente; otros deseaba que el alcohol le gustara para beber hasta perder la conciencia y anestesiar sus sentimientos. Dejó de comer, de salir y de hablarle a la abuela.

Lucrecia también sufría y mucho pero su evasión era el trabajo. Quería aparentar que todo estaba normal y hablaba poco de Adem.

–Busquemos otro bebé –pidió a Eren.

–Un hijo no se reemplaza con otro –aseguró él.

–Lo sé pero desde que nos casamos te dije que deseaba tener dos o tres niños –Lucrecia hablaba con frialdad.

 

La abuela había llegado de sorpresa a la casa. Cuando Eren la vio el cielo se abrió y se abrazaron llorando.

–Mi muchacho precioso, eres lo más hermoso de mi vida –susurró Ruth tocándole el rostro inundado. Estaré contigo todo el tiempo que me necesites.

–Entonces pasaremos la eternidad juntos –respondió Eren.

Lucrecia observaba la escena y prefirió dejarlos solos e irse a trabajar.

Con el paso de las semanas, la presencia de Ruth fue un bálsamo para Eren.

–Deberías hacer algo que te apasione –sugirió–. Todo ese amor que llevas dentro podrías usarlo para ayudar a los desprotegidos. Darlo a los que sufren sería una buena forma de canalizar tu dolor. No olvides que eres un chico bueno amado por quienes te conocen, alguien especial que no nació para ser alcohólico, adicto o cualquier otra cosa que te lleve a la destrucción. Tienes un alma limpia. Adem es un angelito que regresó a ese lugar maravilloso donde lo volverás a ver algún día.

 

 

– ¿Por qué mis padres no me quisieron y eligieron abandonarme? –preguntó Eren a la abuela a los 14 años.

–Las acciones de tus padres no tienen algo que ver contigo –respondió ella–. Mi hija era tan joven que quedó abrumada ante lo que se venía y tu padre, otro adolescente, huyó apoyado por su familia. No los juzgues, cada persona vive sus propios procesos, sus actos tienen que ver consigo mismos y no sólo los de tus padres sino los de todas las personas. ¿Recuerdas a aquella mujer que vivió un tiempo en el barrio y solía hablar mal de mí a todos? Ella sólo podía dar lo que tenía dentro. ¿Qué cosas tan fuertes traería a cuestas para odiar a alguien que jamás se metió con ella? Es un ejemplo simple de que no podemos ir por la vida sintiéndonos mal por las acciones de otros. Debemos trabajar en nosotros y principalmente ser felices.

La abuela no tenía estudios, sabía leer, escribir y hacer operaciones matemáticas simples; sin embargo estaba llena de sabiduría, esa que enseña la vida y que transmitió a su nieto. Con ella, Eren tuvo la idea de fundar el albergue para perros y gatos. Explotaría sus conocimientos en veterinaria, ayudaría a esos seres indefensos que muchas veces son maltratados y cuyo común es el abandono y el hambre.




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