Alexa despertó después de varios timbrazos de su teléfono.
– ¡Alexa! –Era Eren, quien sonaba angustiado–. Mi abuela tuvo un accidente por un cortocircuito en la casa, tiene quemaduras de tercer grado en brazos y piernas, la llevaron a un hospital local pero debe ser tratada en un centro de alta especialidad. Lucrecia y yo saldremos a la brevedad a San Marcos y cuando ella esté en condiciones será trasladada a un hospital especialista en quemaduras ubicado en Nueva York.
La chica sintió el dolor que experimentaba su amado y las lágrimas rodaron por su cara pues sabía lo que la señora significaba para él.
–Estaré rezando sin parar por tu abuela mi amor –prometió–. Ve y ayúdala a salir adelante, ella es tu madre. Mi corazón te acompaña.
– ¡Te amo tanto, prometo que pensaré en ti cada segundo aún en estas condiciones! –Antes de colgar, Eren le pidió un favor–. ¿Podrías hacerte cargo del refugio en mi ausencia?
– ¡Por supuesto amor! Ve tranquilo que todo marchará bien.
A partir de ese momento Alexa no pudo dormir, no entendía el por qué tuvo que ocurrir algo tan grave. Rezó y luego fue a la cocina a prepararse un té. Al pasar por el cuarto de Lucas escuchó su voz, le pareció raro que a esa hora estuviera hablando con alguien pero no le dio importancia.
Durante los siguientes tres meses, Eren hacía una llamada diaria a Alexa de poco más de una hora y el resto del tiempo se comunicaban con mensajes.
–La abuela va lento pues es una mujer mayor –le comentó–. Pronto llevará fisioterapia para ayudar a sus extremidades a recuperarse. Mañana llegará Lucrecia, como sabes viene cada dos semanas a acompañarnos. Nos ha brindado apoyo incondicional, gracias a ella mi abuela tiene una atención de primer mundo y se recuperará. Podré disfrutar a mi viejita mucho tiempo más, fue angustiante imaginar que la perdería.
Alexa sintió por segunda vez la punzada de inquietud, Eren cada vez estaba más comprometido por la bondad de su esposa.
En el tiempo que Eren llevaba fuera, Alexa experimentó cierta tranquilidad. Lucas no se metía con ella y convivía más con su hijo, vivían como compañeros de casa en tregua.
Se enfocó en la gran cantidad de trabajo que tenía en el refugio y todas las tardes estaba ahí con Lucas Jr., quien a su corta edad tenía algunas funciones asignadas.
Una noche de fin de semana algunos perros del refugio tuvieron síntomas severos de envenenamiento. Debido a la ausencia de Eren, Alexa había contratado a un veterinario temporalmente pero no llegaba a diario. Lo estuvo llamando pero no contestó. Localizó a otro doctor pero cuando por fin llegó ya no fue posible salvar a los animales. Este fue un duro golpe para todos, incluido Lucas Jr. Investigaron la causa e hicieron teorías, quizá alguna persona de las que visitaron el albergue lo hizo pero no hubo forma de saberlo. Por supuesto, nadie del grupo de trabajo habría sido capaz pues eran de confianza y amaban a los perros.
Alexa resintió lo ocurrido pues realmente sentía amor por esos bondadosos animalitos.
Al día siguiente despertó temprano, aún tenía los ojos hinchados y se dirigió al baño. Al encender la luz vio que el vidrio de la pequeña ventana no estaba, sintió que se le erizaba la piel y fue al cuarto de su hijo. Éste dormía tranquilo pero faltaban varios objetos: la computadora, consolas e incluso su mochila escolar. Despertó al niño y lo revisó de pies a cabeza. Lucas Jr. estaba bien y fueron a examinar el resto de la casa. Lucas despertó y comprobaron que alguien había entrado a robar durante la madrugada sin que se dieran cuenta.
Lucas levantó una denuncia pero Alexa perdió la tranquilidad. ¿Y si su hijo se hubiera encontrado de frente con los ladrones? El pensar en esos delincuentes en el cuarto del niño le hacía sentir temor y a la vez agradecer que no le hubieran hecho daño.
A los pocos días, después de dejar a Lucas Jr. en la escuela, Alexa iba en un camión rumbo al refugio y unas mujeres la agredieron argumentando que se había sentado en un lugar que habían separado. Intentó cambiarse de asiento y una de ellas le dio un golpe en la cara mientras otra le jalaba el cabello violentamente. Le ocasionaron una cortada en el pómulo y luego de que el conductor del camión se detuviera, bajaron y huyeron.
Al llegar al refugio, una compañera voluntaria le aplicó hielo y le dio un antiinflamatorio.
– ¡Mamá! ¿Qué te pasó en la cara? ¿Te golpeó mi papá? –preguntó Lucas Jr. llorando cuando lo recogió en la escuela.
– ¡Claro que no hijo! –Lo tranquilizó Alexa–. Tuve un accidente por descuido, tu padre sería incapaz de hacerme algo así.
Al otro día, Alexa y el niño estaban por salir como cada mañana y una tubería de drenaje se rompió e inundó la casa. Después de llamar a un plomero, quien hizo la tardada reparación, se quedaron limpiando y no pudieron acudir a sus respectivas actividades.
Dos días después Alexa se dirigió al banco. Había estado ahorrando dinero en efectivo desde que comenzó a trabajar y pensaba guardarlo en su cuenta bancaria; lo traía en su bolsa de mano en un paquete amarillo. Al realizar el trámite en la caja e intentar sacarlo, éste había desaparecido. Desesperada buscó y buscó, recorrió el camino de regreso y por supuesto no lo encontró. Tal vez se lo habían robado en el camión, no sabía pero por su rostro rodaron lágrimas de impotencia porque ese dinero era producto de su trabajo y pensaba invertirlo, sería un pequeño gran paso para poder vivir sola con su hijo.