Juan Pablo pasaba las tardes y noches bebiendo unas pocas copas en un bar junto a un reducido grupo de clientes asiduos al lugar. Ahí esperaba hasta que terminaba el turno de Lore, una guapa mesera que rondaba los 40 años con la que había entablado una relación informal. Le proporcionaba una módica cantidad de dinero con cierta periodicidad y cubría el consumo de ambos en el bar. No era derrochador, tenía una disciplina económica como buen contador. A diario llevaba a la mujer a su casa en la moto y pasaba un rato divertido antes de regresar a la suya entrada la madrugada.
– ¿Qué hiciste en mi ausencia? –Preguntaba a Nora cada mañana–. ¿En dónde estuviste? Enséñame tus avances en los cursos que estás tomando por internet y la lectura que te sugerí.
Le había comprado libros de todos los temas posibles porque aunque él no había concluido su educación universitaria siempre laboró en el área contable y no era un ignorante; leía y sabía mucho así que había impulsado a su hija a aprender. Le gustaba ser atendido y acompañado por ella en sus comidas, además debía escucharlo y estar disponible para lo que le requiriera.
Nora amaba a su padre pero en ocasiones deseaba alejarse de él y conocer más de la vida. Claro, las circunstancias habían cambiado, debía aguardar un poco más y con seguridad en un tiempo Omer y ella podrían vivir solos.
Poco a poco Juan Pablo había cambiado su desagrado por él, lo consideraba un buen hombre, se deshacía en halagos como si tratara de convencerla que valía la pena amarlo y esperarlo el tiempo que fuera necesario.
–Ese chico es lo mejor que pudo haberte pasado, cualquier otro habría huido y sin duda te habrían matado por ser su esposa. Siento pena por él pues no sabemos en donde se encuentra partiéndose en dos para tenernos viviendo en estas excelentes condiciones.
El dinero que Omer enviaba era suficiente para llevar una buena vida sin necesidad de trabajar. Después de un tiempo, Juan Pablo había permitido a Nora quedarse con una parte para sus necesidades personales o para ahorrar, con lo demás cubría los gastos de vivienda, alimentación y servicios. Aun así le sobraba algo.
En la secundaria, Nora había pertenecido al equipo de vóleibol, era buena deportista y participaba en torneos municipales. Extrañaba esos tiempos así que decidió correr en vez de caminar y soñar. Se sometía a un duro entrenamiento hasta acabar agotada para luego iniciar con las labores domésticas antes de que su papá despertara. Notó que las ausencias de Juan Pablo le causaban cierto alivio.
Había conocido a una chica mientras corría, Atziri, quien a su vez la presentó con Fernanda y comenzó a ejercitarse con ellas.
–Se abrieron unas vacantes en el club de yates de Progreso donde laboramos –dijo Atziri en una ocasión.
–Sería fabuloso que trabajaras en el mismo lugar que nosotras –añadió Fer.
–Les agradezco el gesto, hablaré con mi padre al respecto –les respondió pero en el fondo sabía que Juan Pablo se negaría.
Ellas se mostraban sorprendidas pero evitaban hacer comentarios sobre lo que pensaban.
Algunas tardes las esperaba a la salida de su trabajo e iban a cenar, a platicar y a pasar buenos momentos.
–Sabes, el hermano de mi novio es muy guapo –dijo Fer en cierta ocasión–. Creo que haría bonita pareja contigo, puedo invitarlo a unírsenos alguna vez.
Nora guardó silencio con incomodidad. Atziri rió y Fer se arrepintió al notar que su comentario no había sido bien recibido.
Después de un año de su llegada al pueblo, Nora y su padre seguían sin noticias de Omer.
Juan Pablo estaba totalmente relajado y a gusto con su nueva vida.
–Papá, solicité el puesto de enfermera en un consultorio del pueblo –le soltó Nora de golpe.
–Sabes bien que no tienes necesidad de trabajar y tampoco me gusta la idea pero si eso te hace feliz adelante. Sólo recuerda que debes comportarte decentemente y guardar respeto a tu esposo.
Días antes, Nora había invitado a Atziri y Fernanda a la casa y Juan Pablo las encontró ahí. Como en los viejos tiempos se deshizo en atenciones hacia las chicas y ellas quedaron encantadas con él.
El primer día de trabajo, Nora estaba tan nerviosa que las manos le sudaban, después de un año sin practicar la enfermería temía cometer algún error.
El lugar era una modesta clínica con dos consultorios, una sala de espera y otra de curaciones. Ella asistiría a los dos médicos y realizaría curaciones, aplicaría inyecciones, sueros, etc. Además haría el trabajo de recepcionista y se encargaría de cobrar las cuotas de consultas y medicamentos.
–Bienvenida –dijo el Doctor Ángel, un hombre mayor que tenía una excelente reputación entre sus pacientes.
–Haremos buen equipo, estoy para servirte. –El amable Doctor José María tenía alrededor de 40 años y se mostró dispuesto a apoyarla.
Después de las presentaciones no hubo tiempo de hacer pausa, los pacientes eran numerosos y Nora iba de un lado a otro dividiéndose entre todas las actividades de la jornada. Su horario terminaba a las 4 de la tarde, cuando se hacía el cambio de turno.