«No. Definitivamente no creo en el amor primera vista. Puedes llamarlo atracción o tal vez sea admiración al físico de la otra persona. El amor verdadero es aquel que se construye paso a paso, que sobrevive después del enamoramiento, las peleas cotidianas y la rutina; además requiere ser alimentado a diario.»
Cloe atesoraba cada punto de vista y consejo de su difunta madre pues le habían dado buenos resultados cuando la ocasión ameritaba recurrir a ellos. Sin embargo, cuando ErdoSü la saludó con un fuerte apretón de manos viéndola a los ojos, estuvo en desacuerdo con una de las enseñanzas por primera vez. Altísimo, cabello oscuro ondulado ligeramente largo con algunas canas, cejas pobladas y bien formadas, ojos grandes, piel blanca, labios carnosos, cuerpo ufffff y lo más llamativo, esa sonrisa sincera y contagiosa. Sí, quedó inevitablemente hechizada. ¿Quién no?
Al tratarlo día tras día en la oficina se dio cuenta que además era atento, amable y simpático; parecía resolver los retos laborales con facilidad y precisión, como si no le representara gran esfuerzo.
Cloe, Bree y su novio Rahui, trabajaban para una reconocida empresa internacional que realizaba proyectos de mercadotecnia; eran colaboradores y antes de la llegada de ErdoSü, tenían una carga de trabajo que los rebasaba así que el nuevo compañero de rango mayor fue un alivio.
Las dos chicas tenían años de ser amigas y vivían juntas en un bonito departamento céntrico. Al hacerse novio de Bree, Rahui pasó a ser el tercer integrante de su pequeño equipo.
Tres veces por semana, las chicas tomaban clases de baile con su grupo, el cual montaba coreografías con todo tipo de ritmos: tango, salsa, merengue, danza árabe, etc.
Cloe tenía un don para bailar y transmitía emociones variadas a las personas que se embobaban viéndola aun cuando la música ya se había detenido. El problema residía en que nadie del sexo masculino alcanzaba ese nivel y constantemente sus maestros le cambiaban a la pareja. Por muy perfecto que lo hiciera el varón, no lograba contagiar lo mismo que ella.
En poco tiempo, ErdoSü se integró con los tres chicos dentro y fuera del trabajo.
Después de dos meses de trabajar estrechamente con él, Cloe descubrió que no solamente era una cara atractiva y un cuerpo atlético, también era honesto, respetuoso, abierto, amable y feliz. Sin poderlo evitar la chica se enamoró. Por supuesto, él la trataba como a una buena amiga aunque en algunas ocasiones descubría que la observaba con una sonrisa que le daba cierta esperanza.
–Cloe y yo queremos invitarte a nuestro grupo de baile –dijo Bree a ErdoSü mientras los cuatro degustaban un postre en el comedor de la empresa.
–Señoritas, las he escuchado hablar con pasión de esa actividad que realizan pero no pensé que me invitarían y por supuesto acepto integrarme. ¿Saben? Llevo años bailando –confesó ErdoSü para sorpresa de las chicas y Rahui.
Esa noche cuando maestros y bailarines vieron a ErdoSü en acción quedaron sorprendidos pues sus movimientos eran impecables. Obviamente lo colocaron como pareja de Cloe y la combinación fue acertada.
Más tarde cenaban en una cafetería cercana platicando animadamente.
–Amigo, estamos juntos todo el tiempo y aún hay cosas que no sabemos de ti. ¿Qué edad tienes? ¿De qué ciudad eres? ¿Dónde vives? ¿Tienes hermanos? ¿Novia? –Bree deseaba seguir con la larga lista de preguntas pero Rahui le indicó con la mano que parara.
–Tengo 27 años –dijo ErdoSü sonriendo–. Nací en la Cdmx, padre turco, madre mexicana. Soy hijo único, vivo cerca del trabajo y algunos fines de semana viajo a Pachuca donde residen mis papás. ¿Novia? ¡Claro! Ya tengo cuatro años con ella, de hecho en unos días llegará a la ciudad.
Cloe sonrió al igual que sus compañeros y trató de disimular la decepción que sintió al enterarse de la noticia. A partir de ese momento ya no escuchó lo que decían a pesar de asentir cuando le preguntaban algo. Debió haberlo imaginado, era imposible que un chico con tantas cualidades estuviera libre.