ErdoSü se inscribió en un salón de baile pues sentía curiosidad por las danzas finlandesas y estaba dispuesto a aprenderlas. Notó cierta similitud en los movimientos de pies del varón con los de los bailes turcos que conocía desde niño. Recordó cuando Cloe y él ensayaron las hermosas danzas folclóricas mexicanas, principalmente la del estado de Jalisco. Esperaba que cuando regresara a México pudieran montar una coreografía de los principales estados de su país.
Si no ponía un freno, su mente se iba de un tema a otro y todos incluían a Cloe.
Cloe se preguntaba qué tanto desconocía de su pareja. Enterarse que no sólo no quería sino que no podía tener hijos la dejó pensativa. Encontraría la manera de sacar el tema en algún momento.
Días después, Gonzalo la invitó por primera vez a una fiesta de prominentes médicos y sus esposas. Se vistió, como ya era costumbre, con un ajuar nuevo comprado y escogido por él quien además envió a una peinadora y maquillista profesional. El resultado fue espectacular.
Ya en la fiesta, las miradas se posaron en ella y las caras de sorpresa fueron varias. Gonzalo la fue presentando con un sinnúmero de personas y todos eran Doctor algo. Más tarde le fue imposible recordar los nombres.
Percibió unos ojos insistentes sobre ella y vio a Marlen, quien parecía querer fulminarla. De inmediato sintió temor pero Gonzalo le apretó la mano en señal de apoyo y la condujo con las damas esposas de los médicos. Casi todas le hacían una expresión cortés que en vez de saludo parecía mueca.
La fiesta se trataba principalmente de platicar entre ellos, los hombres sobre trabajo y las mujeres de viajes, autos, diseñadores y chismes.
Cloe se quedó con un grupo de mujeres que mencionaban personas con apellidos que sonaban distinguidos.
– ¿A qué familia perteneces? –le preguntó una señora.
–A la familia Millán Fernández –contestó.
Las señoras rebuscaron en su memoria tratando de rastrear los apellidos en las altas esferas mexicanas. Se alejó sonriendo y pensando que en su lindo barrio sus padres eran muy conocidos, todos los estimaban y consideraban buenas personas.
Se sentó apartada y se le acercaron tres señoras analizándola de pies a cabeza.
–Gonzalo tuvo buen gusto para escogerte la ropa, se ve su toque en lo que vistes esta noche –mencionó una de ellas con tono malicioso.
–Tu auto nuevo tiene un valor superior al millón de pesos. ¿Lo sabías?–cuestionó otra.
–Te aconsejo que obtengas lo más que puedas mientras estés con Gonzalo pues es muy espléndido –agregó la más impertinente, una mujer con evidentes cirugías estéticas en rostro y cuerpo.
Cloe abrió los ojos sorprendida al notar que eran tan groseras y confirmó que el dinero no es sinónimo de educación.
Se les acercó una elegante señora vestida de color azul rey que aparentaba unos 70 años.
– ¡Basta de tanto veneno! Si no tienen algo bueno qué decir dejen a la chica en paz.
Angie era una doctora jubilada de mente abierta.
–No hagas caso a los comentarios de las señoras. Ese comportamiento es común en estos círculos pero también hay personas cuerdas que ya te presentaré. Estimo a Gonzalo porque nos conocemos de hace muchos años. Si él está bien yo me alegro y uno a su felicidad. ¡Ven! Te presento a mi nieto. Él es Aldo, tiene 25 años y es residente de neurocirugía en el área de Gonzalo.
Se enfrascó con ellos en una agradable conversación. Aldo era simpático y la señora jovial.
– ¿Bailamos después de la cena? –preguntó el chico a Cloe.
–Estoy de acuerdo –interrumpió Gonzalo–. Mi mujer es una bailarina experta y yo tengo dos pies izquierdos así que te cedo mi lugar.
La cena estuvo deliciosa. Más tarde algunas parejas se levantaron a bailar la suave música y Cloe deseó que Aldo olvidara su petición ya que aunque había bailado ante cientos de personas en incontables ocasiones en este lugar no se sentiría cómoda.
Por fortuna los danzantes dejaron la pista al cabo de un par de canciones y regresaron a sus mesas. Aldo prefirió seguir platicando con su abuela y con ella y dado que las personas no dejaban a Gonzalo ni por un minuto prácticamente estuvo sola con ellos toda la noche.
Cuando al fin se fueron de la reunión, entrada la madrugada, Gonzalo se encontraba hablantín y contento.
–Me encantan estas reuniones –dijo–. Compartimos opiniones entre colegas y hemos llegado a resolver casos médicos al exponer nuestros conocimientos y experiencias en un ambiente agradable fuera de los hospitales. Deberíamos juntarnos cada quince días y no una vez al mes como se ha hecho hasta ahora.
Cloe imaginó estar cada quince días ahí y sintió que sudaba frío. Sin embargo ver a Gonzalo tan animado le hizo pensar que sólo por eso valía la pena haber ido.
La vida siguió su curso, Cloe llenó el departamento de macetas con flores mientras su relación con Gonzalo prosperaba.
Se hizo amiga de Amy y pasaban tiempo juntas haciendo ejercicio, jugando tenis y desayunando en el club. Algunas veces Bree las acompañaba y la pasaban bien. El bebé Gus la tenía loca de amor y lo llenaba de mimos. Pocas veces vio al esposo de Amy.