El regreso a clases era lo mismo cada año. Aburrido, tedioso. Quien había viajado a donde. Quien había comprado que. Tal vez debía haber aceptado mudarme a Rusia.
Las personas se apartaban para dejarnos caminar, las mujeres me veían con deseo y lujuria. Las mismos coños fáciles de siempre, rogando atención. No les importa ser usadas, y a mí no me importa usarlas.
Las chicas siempre querían algo de mí, yo quería algo de ellas claro, pero solo por un momento. ¿Eso me hacia un sucio bastardo? Quizás sí, pero ellas eran las que decidían ignorar el trato inicial, yo no mentía, era claro desde el principio, solo un rato, nos saciábamos ambos y nos despedíamos, sin compromisos, sin expectativas, pero ellas eran las que se metían en la cabeza, que serían la elegida, la que logrará dominarme.
Eso era lo que querían, no a mí, la maldita persona, querían el estatus, el título de la domadora de Aleksander Ivankov, las puertas que se podían abrir, incluso cuando sus fideicomisos eran lo bastante gordos para vivir con comodidad. Pero después de que nos revolcábamos y veían que su truquito no les funcionaba, no importa cuán profundas eran sus gargantas, yo era el malo.
Y, aun así, siempre seguían volviendo.
Pero empezaba a cansarme de lo mismo.
Era mi último año de escuela, y aunque me quedaba un tiempo antes de asumir el cargo, cada vez deberé mezclarme más y más hasta que me encuentre tan atrapado, que no pueda hacer otra cosa.
No es que pueda escapar de ello.
Ivan y Kirill ya estaban en sus lugares. Ivan sentado a mi derecha y Kirill frente a mí. La clase se comenzó a llenar justo cuando una notificación llegó a mi teléfono.
Tanya: 5d. FS. R+. x?
Mierda.
La ira empezó a inundarme, Ivan lo notó, le mostré la pantalla del móvil, y su cuerpo se tensó. En cinco días deberemos viajar a Rusia, y no hay fecha de regreso. Esa instrucción por hacer, no era de las comunes. No pensé que iríamos tan pronto.
Un silencio llenó el aula cuando se escuchó golpes en la puerta, todos estaban viendo a alguien ahí.
El “dirty teacher”—así llamaban al profesor Stewart porque todo el mundo sabía que le gustaban de segundo y tercero— contestó a lo que sea que le hayan dicho. —¿Lenna Andrews? Si, adelante, toma un asiento.
Mi columna se tensó, como si me hubiese atravesado una corriente eléctrica cuando la tal Lenna entró, y en cuanto mis ojos se posaron en ella, de golpe, dejé de respirar. La adrenalina corrió dentro de mí, la misma que sentía al comenzar una instrucción.
Solo veía su perfil en ese momento, pero lo sabía, sabía que era ella.
Lenna se detuvo por algo que le dijo el dirty teacher, sus preciosas mejillas se tiñeron de rojo, y movió su cabeza solo un poco para buscar lugar.
Quería que me mirara, pero no lo hizo. Por fortuna, el único lugar disponible, estaba justo, a un lado de mí.
Parecía cosa del destino.
No podía dejar de mirarla, sé que podría parecer un maldito acosador, y aun así, mis ojos no se despegaban de ella. Cuando se sentó, pude oler su fragancia, vainilla y azúcar, era tan... ella.
Estaba tan sorprendido, tan extasiado, que ignoré las preguntas de mi subconsciente. Me pareció demasiada casualidad, pero no podía concentrarme en eso. Solo en ella. Un ligero golpe en mi brazo derecho me obligó a detener mi acoso y voltear a Ivan.
¿Qué? Pregunté con la mirada, el solo me frunció el ceño y yo me encogí de hombros, regresando a mi obsesión temporal.
La vi ponerse inquieta, y entonces levantó su cara, buscando, y me encontró. Sus ojos se abrieron, su boca hizo un precioso circulo ovalado, la sorpresa estaba en todo su rostro.
Y luego hizo algo, demasiado… tierno como para ser real. Parpadeó varias veces, frunció el ceño, después miró al frente. Contuve una sonrisa, pero entonces ella se pellizcó el brazo y volvió a verme.
Yo estaba divertido, emocionado. Después de unos minutos, ella volvió a ver hacia el frente, pero yo me quedé enganchado a ella, ignorando por completo la clase mientras mi obsesión me ignoraba.
Quizás fingía que no existía.
No en mi turno nena.
Cuando la clase terminó, Ricitos no pudo salir más rápido porque no tenía super velocidad. Sentí que una risa se me escapó. Kirill volteó a verme.
—Esta deliciosa la nueva, quizás la profecía de Tanya…
Un gruñido se me escapó antes de pensarlo. —Ona moya.
El reclamó me sorprendió más a mí que a ellos, que se encontraban con el rostro desencajado por sus expresiones.
Los ignoré y tecleé como si mi vida dependiera de ello.
Aleksander: Un favor. Necesito el horario de Lenna Andrews. Para ayer.
Pasaron dos minutos, no tenía respuesta. Me estaba desesperando. No estaba siendo racional, lo sabía, pero no me importaba. La energía estaba acumulándose y los segundos eran demasiado lentos.
Un minuto más, y mi móvil vibró con una notificación. ¡Joder, por fin!
En mi pantalla, una imagen con el horario de Lenna Andrews se mostró. Vi su siguiente clase, y esta vez, tenía una sonrisa completa.
No me importaba las caras sorprendidas de mis amigos, porque iba tras ella.
Me levanté y fui de prisa a esperarla por donde sabía que tenía que pasar.
No esperé mucho. Cuando estaba a un paso frente a mí, la tomé de su brazo y puse con suavidad una mano en su boca para evitar que le saliera un grito. Nos metí en el aula que sabia estaría vacía todo el año escolar, y la recargué contra la pared. Ella no estaba ansiosa o alerta, su cuerpo estaba relajado contra mí.
Eso me hizo dudar.
—Ahora Ricitos, —enrosqué un rizo en mi dedo, me gustaba su cabello—, esto es un nuevo nivel de acoso.
Me concentré en su rostro. Ya no se le notaba el cardenal en la mejilla. Toqué con suavidad su cuello, y las marcas seguían ahí, semiocultas por el maquillaje. Ella respiraba entrecortadamente, sus mejillas estaban sonrosadas, y sus ojos, ¿era emoción? Emoción y otra cosa, no sabía que era, pero me atraía y me arrastraba en su color de miel.