Pneuma

CAPÍTULO SIETE (Parte dos)

Después de que logré convencerla para llevarla a su casa, había memorizado y buscando la dirección desde que Tanya me dio el archivo. Estábamos en su auto yendo hacia allá, pero el bendito auto era un faro.

—Este auto llama demasiado la atención Ricitos.

—Una muy querida tía me lo regaló por inicio de clases, ella está consciente de que no es mi color favorito, pero se empeñó en ello porque es mi último año. Supongo que fue su, intento de ayuda para facilitarme el transporte, tener amigas, darme libertad, o solo quiso dármelo.

Eso último me llamó la atención. —¿No tienes amigas?

—No, nos mudamos muy seguido, y no tenía caso encariñarme, además, no confió en casi nadie, —conozco el sentimiento— y bueno, no soy… —pude sentir que se puso, algo nerviosa— la clase de chica que… las chicas buscan para hacer amigas.

—¿Qué clase es esa? —Ella era la mejor clase de chica, hermosa, confiada, hermosa, mostraba seguridad en sí misma, muy hermosa, era obvio que tenía el tipo de “chica popular” hasta en la sombra.

Si, era hermosa, no del tipo belleza deslumbrante o modelo, solo… muy hermosa.

—Bueno, ya sabes, esa chica. Con maquillaje costoso, con ropa de marca corta y sexy, a la moda. La que busca novios, fiestas. La que se integra en grupos para hacer tareas. No sé, la que va de compras. Divertida, disponible, mmm… alegre. Esa clase de chica.

—¿No te gustan esas cosas? —pregunté curioso.

—En realidad, no. Bueno no las fiestas, y no tengo suficiente dinero para las compras. Las otras cosas, son complicadas. Por, bueno, por cómo es la situación en casa y la verdad —su suspiro se escuchó con fuerza, mientras ella veía por la ventana— las amigas quieren tiempo, hacer planes, visitar tu casa, si no se los das, ellas, bueno, creen que no te importa, empiezan a hablar a tus espaldas, te molestan en los pasillos y te dicen cosas hirientes en venganza por que creen que las has ignorado, o que te crees mejor que ellas, y después resulta que, aunque te esfuerces, nunca fueron tus amigas, ya no hay… nadie en quien confiar, el sentido de la lealtad ha muerto.

Su tono fue triste y de pronto se veía apagada. Eso no me gustaba. Sospechaba que había intentado tener amigas y había sido rechazada. —Me gusta que seas diferente.

Y era verdad, no lo dije solo para levantarle el ánimo.

Cuando estábamos cerca de su casa, me pidió que me detuviera, busqué un lugar discreto y estacioné. Nos encontramos al frente de su auto. No quería dejarla ir, tan ilógico y fuera de control que era mi comportamiento, pero quería tenerla, cuidarla, protegerla de quien la hubiera lastimado. Sus preciosos ojos de miel derretida me veían, directo, sin distracción.

Coloqué un rizo rebelde detrás de su oreja. —Me encanta tu cabello.

—No parece, siempre estas ocultándolo detrás de mi oreja.

—Es solo un pretexto para tocarte. —Y era cierto.

Debía dejarla ir, pero antes de que se marchara, tenía que saber, lo sentía, pero tenía que confírmalo.

—¿Una verdad? —pregunté, usando el juego que le gustaba, y acerté, porque ella aceptó. —Creo que me gustas Lenna. —No lo creía, lo hacía, me gustaba demasiado.

—Creo —sus mejillas se sonrojaron mientras mi corazón latía errático—, que tú también me gustas.

Joder, sí. Esa respuesta era una confesión para mí, una aceptación, que era mía. Mi sangre hervía por el triunfo. Me acerqué a su rostro, tenía que besarla, pero no lo hice hasta que sus ojos me admitieron, cuando los cerró.

Terminé el beso mordiendo con suavidad su labio. —Ten mucho cuidado Lenna.

—Si —musitó y subió a su faro rosado. Su rostro me vio por el parabrisas, después de haber visto la bolsa con medicamentos que le había conseguido y que puse después de que salió del auto. Sus labios se movieron pronunciando un gracias. La seguí con la mirada, hasta que ya no pude verla.

Tomé mi móvil y marqué el número. —¿Puedes recogerme?

—Claro, mándame la ubicación.

Se la envié y terminé la llamada. Antes de que Kirill pasara por mí, le hice una llamada a Tanya.

—Dime Aleksi.

—¿Estás sola?

—Lo estoy o no te hubiera llamado Aleksi, Aleksi.

—Necesito un favor —dije, ignorando su burlona respuesta.

—Esta Lenna es una maravilla, está haciendo crecer mis ingresos con gran velocidad.

—Tanya…

—Bien, ¿qué necesitas?

Era más fácil pensarlo que decirlo. Mierda, esto es un poco vergonzoso. —¿Puedes conseguir su teléfono?

—Tan predecible, te lo envió.

—¿Ya lo tenías? ¿Porque no lo enviaste con el archivo?

—Oferta y demanda. ¿Algo más?

La voz de mi hermana se escuchó a través de la llamada. —No le digas que soy yo —dije, queriendo evitar más burla.

—Por supuesto que no, no es necesario decirlo.

—De acuerdo, necesito… quiero… —a la mierda— quiero entrar a su móvil.




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