Pneuma

CAPÍTULO DIEZ

Lenna estaba en su auto, esperándome. Me tragué una sonrisa de victoria. Cada acierto con ella se sentía como si hubiese ganado la puta guerra.

Cuando llegamos a mi casa, ella estaba un poco nerviosa. No tendría que estarlo, aún. Le ofrecí ropa por si quería estar más cómoda. Y esa imagen, de Lenna, con ropa mía puesta, abrió una necesidad, un impulso posesivo. Ella la rechazó, pero la imagen persistió en mi mente. 

Una vez que me quité el incomodo uniforme, me uní a ella en la cocina, su mirada arrasaba por mi cuerpo, sus mejillas ruborizadas, ella me quería, y hoy iba a admitirlo.

—¿Quieres algo en especial? —pregunté, un poco divertido por cómo me estaba comiendo con los ojos.

—Lo que tengas está bien —se aclaró la garganta—. Estoy hambrienta… de comida… —su rostro estaba tan rojo en este momento—, si, obvio comida, pff…, lo que sea.

Si intentara hacer un movimiento con ella, llevarla al sofá y envolver sus piernas alrededor de mi cadera, quizás lo lograría. Aunque con ella todo es impredecible, y es por ese quizás no, que me detenía.

Y ella. Ella era diferente. No podía arriesgarme a fallar.

Fue en ese momento cuando lo supe. Al verla nerviosa con las mejillas ruborizadas, otra sensación nueva me invadió.

El miedo a fallar. A perderla.

Ella era la única.

Es de lo que el abuelo me habló toda su vida.

Haría las cosas bien, para que estuviéramos juntos.

Una vez que la coloqué en un banquillo, me puse manos a la obra. Me gustaba cocinar, aprendí las bases en la Academia, y después se convirtió en un hábito que debía mantener por seguridad y terminó gustándome. Como no tengo un cocinero desde que abandoné la mansión, o cocino o muero de hambre. Aunque se supone que nuestras identidades están a salvo en esta ciudad, nunca se sabe quién está al acecho, por eso no comemos en la escuela o en ningún lugar clasificado como seguro.

No después de la muerte de mi padre.

Sobre todo, después del idiota de Costello y la sabandija de su soldado. Ese bastardo por poco me atrapa la semana pasada en Santa Cruz. Esta vez estuvo demasiado cerca y todavía no sabemos quién es.

Volviendo al presente, preparé uno de los platillos que domino mejor y una vez listo, lo puse frente a Lenna. Un segundo nervioso me traspasó. Había preparado carne, ¿y si era, alguna cosa vegetariana o vegana? Oh mierda. No, no… ella comió el sándwich de pavo que le hice.

La ansiedad fue muy breve, cuando vi sus ojos ampliarse y tomar un bocado directo de carne.

—La verdad pensé que sacarías algún sándwich o bocadillos. Pero esto se ve increíble. —Comenzó a comer y me puse nervioso. Empezaba a acostumbrarme a sentir cosas nuevas alrededor de ella—. Esto sabe delicioso. No hubiera imaginado que sabrías cocinar.

Bien. —Bueno, debo alimentarme y no tengo la costumbre de pedir a domicilio. Si no lo cocinas, no lo comas.

Su ceño se frunció, y me regresó una sonrisa divertida. —Claro, Frank Moses. —Me sorprendió que entendiera la referencia, y sonreí por ello—. ¿No comes en la escuela? —preguntó.

—No, no lo hago.

Creí que preguntaría más, pero caímos en uno de esos cómodos silencios. Una vez que ambos terminamos, era hora de ir por ella.

La bajé del banquillo, y tomé su mano, tuve el impulso de besar sus dedos y lo hice. Después nos dirigí de la mano hasta el sofá, y su mano en la mía era mi nueva sensación favorita.

Quizás competía con, ella en mi regazo.

—Que... ¿qué estás haciendo? Suéltame.

La pequeña bruja, su cuerpo estaba extasiado de estar en esa posición. —Mentirosa —declaré mientras colocaba un mechón de cabello detrás de su oreja. Era la forma de controlar mi impulso de agarrar su rostro y devorar su boca.

Después de un par de minutos, su sumisión fue una delicia. La tenía envuelta entre mis brazos y su cabeza se apoyó en mi pecho, y no quería jamás quitarla de ahí. Duramos un tiempo asi, fue relajante en un nuevo nivel.

Estaba acariciando sus manos y sentí una rugosidad en su muñeca.

Pero. Que. Mierda…

Giré su mano para ver mejor y ahí estaba.

Una fina cicatriz horizontal, un poco engrosada y elevada. El corte daba entender la obviedad de su existencia.

Y es una cicatriz muy vieja, ella debió ser una niña.

Elevé mis ojos para encontrar los suyos, estaba ansiosa y un poco temerosa. No estaba lista para responder ninguna pregunta.

Levanté su muñeca a mis labios y besé su cicatriz. Esa marca cicatrizada significa que su creación fue un fallo, y que ella está viva, conmigo.

Te tengo Lenna, pensé.

Nos volvimos a quedar en silencio, y después de un rato, decidí que había llegado el momento de hablar. — моя луна, vas a decirme quien te lastimó.

Su cuerpo se tensó, había esperado que quisiera levantarse, evadir la pregunta, pero estaba preparado. Mis brazos la estrecharon más, evitando que me dejara.




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