Cuando llegamos a la casa, nos besamos por un largo tiempo, hasta que quedamos abrazados en un cómodo silencio. Lenna no quería comer, y yo no quería soltarla.
Encajábamos.
Después de un rato, ella quiso saber a dónde fui, cuando no le di la respuesta que buscaba, creí que insistiría, pero en cambio me preguntó algo tan aleatorio, que pensé, así es como se sienten los demás cuando cambio de tema.
—¿Cómo fue que te convertiste en profesor de MMA Aleks?
—La escuela no tenía uno con, suficiente experiencia, y me ofrecieron el puesto a cambio de créditos escolares y permisos interminables de ausencia. Me gustan las artes marciales mixtas, y viajo mucho, así que acepté, si el ofrecimiento se extendía a Ivan y Kirill.
Deposité un beso en su frente. —Lenna, la clave del teclado en la casa es 1105, también puedes escanear tu rostro y te permitirá el acceso. Puedes venir cuando quieras.
Ignoré el recuerdo de la burla de Tatiana cuando le pedí que arreglara eso, a sus ojos, lo peor había sido meterme con su teléfono, así que obtener sus datos biométricos para activar la entrada a mi casa, no era nada.
Y en este momento, necesitaba saber sobre que estaba parado, sobre la fuga que Ricitos me contó. Si no podía evitarla, tenía que hacer algo, porque no iba a perderla. —¿Lenna?
—¿Hmm? —contestó.
—Háblame de ese plan tuyo de cinco años. —Su cuerpo se tensó de inmediato, quiso levantarse, pero la estreché un poco más y volví a dejar un beso en su frente—. Solo dime, no cambiara nada entre nosotros.
—Bien, te lo diré, —ella respondió mi beso dejando uno en mi pecho—, pero quiero dejar en claro, que yo si te estoy contando cosas. Déjame sentarme.
Una vez que estuve sentado y ella en mi regazo, sentí el nerviosismo que la inundó. —No sé por dónde comenzar.
—¿Cómo se te ocurrió? —Le ayudé.
Pasaron un par de minutos, y después de un suspiro, comenzó. —La desesperación de una niña maltratada. A veces solo eran pequeñas cosas, un grito aquí, una burla allá, una humillación para no que olvidara que, “no soy nadie”, —hizo comillas con sus dedos—, no siempre eran golpes. Pero con el paso de los años, todo solo, dolía, se empezó a acumular, cada año más y más, hasta que la presión era demasiada y, yo solo, comencé a trazar este maravilloso plan, y cuando una lección o un incidente aparecía, solo recordaba mi plan, las fisuras o las alternativas, lo pensaba incluso mientras me gritaba o me golpeaba. Admito que, me hubiera gustado defenderme de forma física, puedo hacerlo, sé que, si podría, pero nunca lo he hecho.
Se rio sin humor. —A veces, mientras estoy en el suelo, imagino como lo despedazo con mis manos.
En el suelo.
Las marcas de pisadas que vi en su cuerpo. Mi mandíbula se apretó.
Y entonces encajó. Fue su padre o su padrastro, —un hombre muerto caminando— quien la lastimaba. Controlé mi ira, porque, aunque lo que me dijo era valioso, no respondía sobre el dichoso plan.
—Eso no respondió la pregunta ricitos.
Un bonito resoplido se le escapó. —Bien, te lo diré… te contaré como empezó.
Y mierda, lo hizo.
Con cada palabra que salía de su boca, sentía mi cuerpo querer explotar.
Sabía que había sido lastimada, había visto la cicatriz en su muñeca, así que sabía lo que había intentado hacer, pero joder si alguna vez me imaginé algo como eso. Ella se veía, aislada, oscura, pero segura de sí misma, tenía entrenamiento, así que lo que me platicaba me dejaba inerte.
Un flash repentino paso por mi mente, la historia que me contaba era como si hubiera estado ahí, casi podía imaginar su cabello suelto mientras la brisa del mar golpeaba su cara. Fue extraño como me pareció oler, un aroma salado.
Y mi Lenna, necesitaba sentirla más, derrotar a sus enemigos, protegerla.
—Un verano, cuando estaba en casa de mis tíos, escuché una conversación sobre unas cuentas que nadie podía detectar. Así que cuando cumplí catorce años, y mi tío me preguntó qué quería de regalo, le pedí que me hiciera una cuenta a la que solo yo pudiera acceder pero que nadie supiera de ella, solo él y yo. Y lo hizo. Cada vez que he tenido un poco de dinero, lo he puesto en esa cuenta. Llevo ahorrando tres años. Y sé que con lo que tengo no me alcanzará para algo grande, pero será suficiente para comprar un boleto para Chicago, para rentar una habitación y sostenerme en lo que encuentro un trabajo. Podré agregarle un poco más ahora que Tati… en fin, la noche que den las doce anunciando mi mayoría de edad, me estaré yendo, justo en ese momento.
Era demasiado, para empezar, la forma en que logró salir adelante, siendo tan joven, mi nena es tan fuerte, tan valiente, tener determinación a una edad así, para sobrevivir por su cuenta, es heroico.
También me llamó la atención lo de la cuenta indetectable, su tío debe ser alguien importante, ella dijo que su tía le había regalado su auto, deben tener bastante dinero, y contactos para conseguir una cuenta así.
—Puedes preguntar, lo más difícil ya te lo he dicho, solo asegúrate de no quedarte con ninguna duda, porque quiero dejar esto atrás, donde pertenece.
Mi Luna, tan fuerte. Y tenía tantas preguntas en la mente, hice algunas conjeturas, pero, aun así, no iba a bombardearla con todas ellas, pensé un momento en las que consideré, las más importantes.
Esperaba no sonar muy brusco, pero había algo que no comprendía. —¿Por qué soportaste en vez de pedir ayuda? Sé que puedes defenderte, ¿por qué no lo hiciste?
—Solo podía pedir ayuda a mis tíos, y mi mamá, bueno, ella no ve las cosas como yo, y no quería generar un conflicto entre hermanas, después de todo, cuando mi tía ha sospechado algo, siempre le ha creído a mi mamá, y él trabaja, bueno, trabajaba para mi tío. No podía irme porque me encontrarían y me regresarían. Jamás me defendí, porque llegué a pensar que atacaría a mi mamá, además, sin importar si me defendía o no, seguía siendo menor y nada hubiera cambiado, lo más probable es que solo hubiera empeorado. Así que solo decidí soportarlo.