Pneuma

CAPÍTULO QUINCE

Acababa de entrenar, cuando escuché la motocicleta de Ivan estacionarse. Salí a la entrada y dejé la puerta abierta. Esperé a que entrara mientras bebía una botella de agua. Cuando lo hizo, Kirill venia detrás.

Estaban demasiado tensos, ansiosos. Algo había pasado.

Nos fuimos a la sala, y una vez sentados, pregunte: —¿Qué está pasando?

—Mi contacto en Stockton me llamó esta mañana, —dijo Kirill—, hubo un altercado con algunos italianos, Andrei Miller estaba con ellos, el… no lo logró.

Mierda. Andrei Miller había permitido que saliera con vida la última vez que la sanguijuela de Costello me emboscó.

—Pavel dijo que Andrei señaló a uno de los italianos, le dijo que era el imbécil que había atentado contra ti en San Francisco, los hombres que le acompañaban, le llamaron Frank.

Frank. Mis ojos se desviaron a Ivan, quien asintió. —Podría ser el Frank Andrews que mencionó Faddei —dijo.

—Después del altercado, Pavel logró seguirlo hasta Bear Creek, luego lo perdió.

Eso era a una hora de aquí.

—Debemos estar atentos, ese maldito bastardo viene hacia acá —solté, y mi instinto me decía que estaba en lo correcto.

—Si —coincidió Ivan—, aunque es poco probable que conozca tu ubicación, también creo que vendrá a la ciudad.

—Ese animal ha estado demasiado cerca, es hora de eliminarlo de una vez por todas.

—¿Deberíamos avisar a Yekaterina? —preguntó Kirill—, después de todo, es una amenaza al futuro Pakhan.

—Si no puedo con un gusano como ese, no debería ser Pakhan.

—Es por eso, o por… ¿cierta chica de cabello rizado? —cuestionó Ivan.

Mis ojos vieron directo a los suyos. —Tu eres el que tiene las cualidades para ser Pakhan, aquí todos sabemos que ese es un título del que no puedo escapar, no uno que desee.

—Sasha… —La voz preocupada de Kirill me hizo voltear a verlo.

—No es un secreto Kirill, no entre nosotros de todos modos.

El silencio incomodo reinó, hasta que, de manera en extremo inusual, Ivan lo cortó.

—De todos modos, no puedo ser yo, tu hermana me patearía el trasero antes de parpadear.

Y todos reímos por eso, recordando las veces en que Yekaterina nos lo partió a todos, aunque no se si hoy en día podría con Ivan.

Me relajé junto a los hombres en quienes más confiaba, ignorando por un momento, la amenaza que parecía avanzar hacia mí, pero, sobre todo, ignorando la extraña melancolía que creía había erradicado de mí, y que parecía resucitar con fuerza.

Mi utópica ilusión de no tener que portar la corona.

En el mundo en que nací, jamás podría escapar de mi destino, de mi herencia, por eso había enterrado ese frustrado ideal.

Pero sabia porque se había levantado, era por ella, por la única persona que se había metido bajo mi piel y había decidido vivir ahí.

Mi Luna.




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