Pneuma

CAPÍTULO DIECIOCHO

—Ah ¿sí? —Ella estaba de pie entre mis piernas, era uno de esos momentos en que la oscuridad en ella decidía esconderse, sus ojos brillaban y me encantaba ver como salía el tono juvenil propio de su edad—. No me has convencido, aún.

Mentirosa. Ella es mía, ha sido mía desde que la vi en el castaño.

Y le encantaba esta nueva faceta entre nosotros. Yo vomitando mis novicios sentimientos. —Eres una seductora Lena Andrews, vas por ahí, burlándote de mí con tu uniforme escolar y tus ojos inocentes, robando mi alma tras de ti…

Me interrumpió cuando soltó una risilla que en ocasiones me regalaba. —Apuesto a que te encanta, mi amor.

Aplasté mi boca contra la suya, en un frenesí de sentimientos y sensaciones mezclándose, me volvía loco cuando soltaba algún mote posesivo.

—¡Lenna!

El cuerpo de Ricitos se endureció de inmediato, tras escuchar el grito de alguien llamándola. Cuando distancié mi rostro del suyo, vi como el más crudo terror junto con una horrible palidez, inundaba toda su cara. Cuando se dio la vuelta, su cuerpo comenzó a temblar.

Una mujer, que pude adivinar era la madre de Lenna por el ligero parecido entre ellas, tenía la tez descolorida, como enfermiza, y estaba frente a nosotros. —Nos… —se aclaró la garganta—, nos llamó la, la directora, algo sobre… sobre un baile, estábamos por entrar.

A su lado, un hombre con los ojos muy abiertos, estaba viéndome sin parpadear. No era un hombre alto, pero estaba bastante grueso para su estatura. Mis ojos se dirigieron a Lenna, quien también me observaba, y había un profundo terror saliendo en oleadas de ella.

Mierda. Ese debe ser su padre.

Su mirada cambio de mi hacia su hija, y cualquiera hubiera pensando que estaba enfrentándose a un enemigo mortal.

Ese hombre odiaba a Lenna. El maldito enfermo de mierda es el que la ha estado lastimando.

Coloqué una mano en el hombro de Lenna, por instinto de protección, y como un medio para detenerme de arrancarle la cabeza en ese momento. Fue alarmante como la ira del padre de Lenna aumentó. De forma inconsciente, me llevé la mano libre a la espalda, buscando mi arma, entonces el tipo tomó el brazo de su esposa con fuerza para marcharse.

Una vez que se perdieron de vista, mi atención volvió a Lenna. Su cara estaba aún más pálida y estaba conteniendo el aliento. —Respira Lenna. —Ordené y lo hizo de inmediato. 

Su miedo seguía en auge y yo quería protegerla, hacerla sentir segura. La tomé de la mano y la saqué de la escuela para llevarla a mi casa.

Pero debí haberlo sabido, mi Lenna era muchas cosas, pero cobarde no era una de ellas, no importa si ella pensaba lo contrario de sí misma.

Después de fracasar en mi intento de retenerla, la perdí de vista cuando las luces traseras de su barbie móvil se alejaron.

Ella quería hacerlo sola, quería que yo confiara en ella, y lo hacía, pero joder, me costó el alma dejarla ir y no encargarme de sus enemigos con mis propias manos.

Me dirigí a mi casa, para esperar noticias de ella. La ansiedad corría por mis venas, latiendo como sangre hirviendo. Tenía una mala sensación, y si en algo he podido confiar todo este tiempo, ha sido en mi muy entrenado instinto.

Esperé una hora, porque fue el tiempo que creí conveniente, y solo mandé un mensaje para saber si estaba bien. Ella no contestó, esperé treinta minutos y llamé.

Joder, Lenna seguía sin contestar. Después de haber perdido la cuenta en las llamadas, tomé un respiro, y envié otro mensaje.

Mi desesperación pudo más que mi control, y me subí al Jeep en dirección a su casa. Estacioné en una esquina que me permitió tener un excelente ángulo visual sobre el lugar.

Tatiana tenía razón sobre la situación económica de Lenna, yo no lo hubiera pensado. Su casa no era humilde, pero, en definitiva, no era lo que se esperaba de una estudiante de la Preparatoria Lancaster. Pero no fue la fachada ni el estilo de su casa lo que me dio punzadas de ansiedad.

Fueron las cinco camionetas negras y polarizadas que estaban rodeándola.




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