Pneuma

CAPÍTULO DIECINUEVE

Ella estaba impresionante.

La reconocería en cualquier parte. Su hermoso cabello rizado tenía mechones dorados, pero lo identificaría de cualquier color. Llevaba un vestido blanco que le marcaba las curvas de su cuerpo, y a la vez, la hacía lucir etérea, angelical, hermosa.

Mia.

Me acerqué a su espalda, dejando que su aroma me invadiera. Quería agarrarla, consumirla, marcarla y no dejarla ir. Protegerla para que nadie la lastimara.

Mia.

La abracé desde atrás. —Eres un sueño caminando —le susurré al oído—, ¿estás aquí con alguien?

La idea estúpida entró en mi mente, y contra toda lógica, me enfureció el solo pensarlo. ¿Por qué mierda jugaría con algo así?

Por idiota.

Se giró y quedamos de frente, ambos observándonos. Y ella, Jesús, yo iba a casarme con esta mujer. Antes de ella, la idea me era repulsiva, y ahora, era con ella o nada.

La visión disminuyó mi ira. Sus hermosos ojos de miel fundida resaltaban debajo de la máscara que adornaba su rostro. Sus labios estaban entreabiertos y yo solo quería meter mi lengua dentro de ellos.

Desquiciado, cachondo, loco. Todos y más. No me importaba.

—Está absolutamente perfecta señorita. —La acerqué a mí, tratando de continuar con el juego—. Oh, ¿estas con alguien aquí?

Di que eres mía. Di que eres mía.

—De hecho, estoy con mi novio… pero —apretó sus curvas a mi cuerpo— no me ha encontrado. —Sus labios hicieron un gesto de decepción, un hermoso y seductor puchero—. Quizás, tú y yo podríamos divertirnos, mientras él… me encuentra.

Pequeña. Bruja.

Y ahora, estaba celoso de mí mismo, patético.

Acerqué mi boca para morder su labio resaltado. —Absolutamente deliciosa, y absolutamente mía, mi Luna.

La besé, hasta olvidar el estúpido juego. —Te tengo moya Luna, siempre voy a encontrarte.

—Aleksander… Y tú Aleksander, ¿eres absolutamente mío? —preguntó con la respiración entrecortada.

—Lo soy, incluso más allá de mi muerte.

Y esa era mi promesa.

Disfrutamos de la mayor parte del baile, hasta que la sensualidad empezó a desbordar en las paredes del salón, y mi dulce Luna comenzó a incomodarse. También prefería largarme, antes de sacarle los ojos a unos cuantos que no dejaban de comerse a Lenna.

La tomé de la mano y nos dirigí al estacionamiento, que no era un lugar pequeño, pero una mirada bastaba para no localizar su llamativo auto. —¿En qué has venido? —pregunté.

Una sonrisa burlona acompañó su respuesta, mientras pasaba enfrente de mí. —En uno de los autos de mi tía.

—Astuta. —Tomé mi móvil para enviar un mensaje a Ivan y que se hiciera cargo del auto, habíamos venido juntos por ese motivo—. Ivan se encargará de mi Jeep, vamos en el que has venido.

—¿A casa? —contestó y la punzada en mi pecho fue ardiente.

Había dicho casa, usándolo como propio, y eso floreció la esperanza de lograr que ella se quedara conmigo, y no decidiera marcharse a medianoche. Ella volteó a verme y asentí en respuesta a su pregunta.

Caminé detrás de ella hasta que se detuvo frente a un espectacular auto blindado de lujo. —Joder Lenna, ¿quién es tu tía? —solté, impresionado.

La pregunta me había estado rodando el pensamiento desde hace tiempo. Mañana tendré que asegurarme que Tatiana investigue a fondo. No desconfió de Lenna, pero la información es poder.

—¿Por qué? —preguntó.

—Porque este es un BMW Serie 7 y no es para cualquiera.

De hecho, muy pocas personas podían costeárselo, pero, sobre todo, necesitar este tipo de blindaje.

Ni siquiera yo tenía el tipo de seguridad que tenía este auto.

Ricitos solo se encogió de hombros, sin darle importancia.

La urgencia de la información empezó a ser mayor.

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Dejé el auto en la entrada, para que no estorbara por si Ivan decidía dejar el Jeep. Todo el camino hasta el interior de la casa, Lenna estaba ansiosa, la anticipación salía de ella y no podía entender que pasó desde el baile a casa.

—¿Nena? ¿Quieres tomar algo? —pregunté, quizás eso calmaría sus nervios.

Esperaba su respuesta, pero ella me abrazó por la espalda, y respondió no, en un susurro. Nos quedamos de pie, por algunos minutos, y cuando vislumbré el reloj en la pared, eran las doce en punto.

Mi Luna era mayor de edad, y ahora comenzaba a ser yo el que estaba ansioso. No quería escuchar un adiós. —Feliz cumpleaños Lenna Andrews.

—Pero, ¿cómo…? —Ella me soltó y me di la vuelta para verla, su rostro estaba sorprendido. Saqué el collar del bolsillo de mi pantalón, caminé hacia su espalda, y moví su cabello hacia su hombro, tocando la suave piel con mis dedos y dejando erizada la zona donde tocaba, besé el lugar donde quedo abrochado. —Eres mi todo moya Luna, ¿Cómo no sabría algo tan importante como tu cumpleaños?

Le daría un bono a Tatiana.

La llevé a un espejo para que pudiera verlo. El collar que elegí era una cadena delgada de oro, con un dije discreto en forma de rama pequeña de olivo con cuatro hojas, lo principal, era el exquisito diamante de corte brillante redondo en el centro, que ocultaba a la perfección un pequeño artefacto. —Me encanta, muchas gracias Aleks.

—Cuando todo esta oscuro, tú eres la luna que me ilumina Lenna. Mi Lenna, mi luna. —Mis ojos encontraron los suyos mientras ambos nos veíamos en el espejo—. No importa a donde vayas, promete que nunca te la quitaras.

Me regaló una hermosa y deslumbrante sonrisa. —Tendré que quitármela algunas veces, pero prometo usarla todo el tiempo que pueda. Además… no iré a ningún lado.

Sus palabras hicieron que mi corazón dejara de latir por un segundo, para hacerlo frenéticamente al siguiente. Quería preguntarle, que me aclarara lo que quiso decir, pero no me lo permitió.

Tomó mi mano, y nos sacó del salón, nos llevó a subir las escaleras y después atravesamos la puerta de mi habitación.




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