Pneuma

CAPÍTULO VEINTE- Parte dos

Sus ojos se abrieron poco a poco, se llenaron de brillo, observando todos los cambios a detalle, sin perderse de nada, y su boquita hizo esa linda o que me encantaba. —¡No puedo creerlo! —gritó emocionada.

Todos los muros habían desaparecido, ahora desde la puerta corrediza del salón, se podía apreciar un amplio jardín con pasto verde, y un poco más enfrente, el castaño donde la conocí.

En toda la orilla de la colina se había reforzado la estructura por seguridad, y se instalaron barandales de vidrio templado, que no cortaban la vista, pero reforzaban la protección. El lugar se cerró con un enorme muro por toda la orilla lateral evitando cualquier vulnerabilidad, y la decoración quedó estupenda. Sam recomendó instalar jardinería en ese lado del muro, y colocaron lámparas elegantes con detección de movimiento. En esas jardineras, todavía no se apreciaba la flor, pero se habían plantado rosas rosadas.

No podía esperar a verlas junto a Lenna cuando estas se abrieran.

Lenna caminó frente a mí, en dirección al castaño y llegó al juego de jardín que se había colocado, junto con un balancín que puse en el lugar exacto donde la vi por primera vez. La seguí y coloqué en la mesa los platos que llevaba.

Ahora que mi Luna era mayor de edad, haría todo lo posible porque estuviera conmigo, ella podría mudarse aquí, en un lugar donde le gustara, de forma cómoda. No tendría que irse.

Siempre he vivido mi vida demasiado deprisa, demasiado evolucionada en cualquier rango de edad. Hasta la muerte de mi padre, creí que me casaría por algún matrimonio arreglado. Incluso en ese caso, no esperaba nada de ello.

Soy un ejecutor, un heredero, un futuro líder, y mi vida es acelerada porque mi muerte será prematura, es parte de la vida que llevó, de la vida que me ha tocado. Y eso estaba bien conmigo.

Pero ahora…, me sorprendió un momento mi ideal de estabilidad, pero fue solo un segundo, porque era con Lenna con quien quería estar el resto de mi existencia.

Cuando al parecer, Ricitos terminó de observar todo, volteó hacia mí, con la sonrisa más enorme y brillante que le había visto. Me hizo sentir el puto rey del mundo. —Feliz cumpleaños Lenna.

—¡Aleks! —gritó mientras corrió a mis abrazos, donde pertenecía—. Muchas gracias, yo…  ¿cómo? El… el muro…

—Con mucha mano de obra —solté. Su estómago rugió y nos llevé para darle a mi chica su desayuno.

Mientras comíamos, me contó los detalles de lo sucedido hace dos días. Al parecer su padre era un verdadero bastardo. Los tíos por otro lado, sonaban demasiado poderosos para ser personas comunes. El pensamiento volvió agitar mi mente, pero no quería tomar el teléfono en ese momento para contactar a Tatiana.

—Y resulta que, mi tío en su afán de protegerme, me dejó una generosa herencia.

—¿Enserio? —Eso sí que no me lo esperaba.

—Si, para mantenerme protegida de Fra… de… él, la dividió en tres partes, pero la mayor parte se liberará en el momento que cumpla 18.

No era la primera vez que evitaba decir su nombre, y también había notado que no lo llamaba papá, no es que crea que mereciera el título.

Pero dejé ir eso, porque el rostro de mi Luna se conmocionó, algún pensamiento fuerte rodando en su mente.

Entonces, sacó el móvil del bolsillo del pantalón de chándal que llevaba puesto, unos cuantos movimientos, y su boca se abrió, sorprendida.

—¿Lenna? —pregunté preocupado.

Levantó sus ojos del móvil, y con lentitud me mostró la pantalla.

Joder.

Esos eran demasiados malditos números con demasiados malditos ceros.

Y dijo que solo era la mitad. Eran billones lo que estaba viendo, podría competir incluso con la riqueza de la Bratva, tal vez, superarla.

¿Quién mierda era su familia?

—¿Quiénes son tus tíos? —pregunté, y me pareció que había hecho esa pregunta, demasiadas veces.

Demasiadas y las había ignorado todas.

Sus ojos destellaban, conmovidos en una mezcla de tristeza y alegría.

—Aleks, mi tío no solo me dio recursos intelectuales y económicos, me dio una oportunidad, me dio libertad, —sus ojos brillosos me vieron con fuerza—, no tengo que irme Aleks, mi tía dijo que se encargaría de Frank, yo no… no tengo que irme.

No iba a irse.

Se quedaría conmigo y yo… mi pensamiento se cortó cuando su pulsera cayó al suelo por haberse atorado con la mesa.

—Oh demonios, ¡no! ¿Se rompió? —preguntó.

Me incliné para recogerla, y cuando la levanté, sentí un grabado en la parte inferior. La giré y jamás hubiera imaginado que eso podía estar ahí.

Fue una conmoción, todas las alertas que había ignorado, llegaban a mi cerebro una por una.

—¿Qué? —preguntó alarmada—. ¡Oh no! ¿Si se rompió? ¿Crees que pueda reparase?

La cuenta anónima bancaria, y no solo anónima, indetectable para los estándares elevados de Tatiana.




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