¿Qué clase de castigo estaba pagando en vida? Rebecca no tenía idea, pero mientras se miraba al espejo del baño, comprobando que tenía el pecho rojo, cubierto de ronchas y con una comezón desesperante, deseó saldar la deuda de una vez. Ya no podía más.
Su teléfono sonó.
Ian: No puedo mañana, tengo algo importante.
Importante. Claro. Cinco horas atrás le había preguntado si al día siguiente podía cuidar de Harry y Chloe. Cinco. Y respondía así, como si nada. Sobre todo cuando ella le había explicado que era para ver a un médico porque esa urticaria parecía tener vida propia.
Movida por un enojo repentino (y tal vez por una roncha que acababa de picarle en un nuevo nivel de intensidad) escribió:
Rebecca: ¿Más importante que tus hijos?
Quizá, con suerte, respondería en dos o tres días hábiles.
Se secó con la toalla y se vistió. Afuera no se escuchaban gritos ni explosiones infantiles, así que se permitió un minuto para respirar. Y cinco para maquillarse. No era experta, pero había aprendido a cubrir sus ojeras dignas de un personaje de película de terror. Algo de rubor, máscara de pestañas y un labial rojo que Brooke le había regalado semanas atrás, jurando que “toda mujer merece un color que la haga sentir invencible”. Rebecca aún no se sentía invencible, pero al menos parecía haber dormido más de cuatro horas, y eso ya era un logro..
Sus amigos funcionaban como hermanos. Hermanos que no imaginaban que las cosas estaban peor de lo que ella dejaba ver. Ellos no sabían que alimentaba a Harry y Chloe con lo mejor que podía mientras ella sobrevivía a base de té. Que estaba acumulando deudas enormes solo para que sus hijos tuvieran ropa de su talla. Que lloraba (mínimo) dos veces al día.
Y no lo sabrían. No podían preocuparse por ella. Brooke estaba a un paso del altar, Samuel en plena organización de una boda y ambos tenían hijos, trabajos y vidas ocupadas. Rebecca no pensaba convertirse en un problema.
Al salir del baño fue directo a la habitación (que en realidad estaba a tres pasos) donde encontró a sus hijos riendo con lápices en mano. Harry era un santo. Tenía seis años, pero una madurez que parecía venir directamente de un adulto responsable atrapado en un cuerpo pequeño. Podía pedirle que se quedara sentado junto a Chloe en la cama, pintando tranquilamente, y lo hacía sin protestar. Gracias a él, Rebecca podía permitirse el lujo casi extravagante de tomar baños de más de tres minutos sin temer que el mundo ardiera en llamas durante su ausencia.
—¿Listos para ir a casa de la tía Brooke y el tío Ethan? —preguntó, animada.
—¡Sí! —gritó Chloe.
—¿Vamos a ir caminando, mamá? —preguntó Harry, intentando disimular lo mucho que le desanimaba la idea de otra caminata eterna.
Rebecca sintió un pinchazo directo en el corazón.
—No, amor. El tío Sam viene por nosotros.
—¿Con Ellie? —preguntó él, esperanzado.
—No, Ellie está con el tío Jon, pero nos veremos allá.
Harry asintió, satisfecho.
—De acuerdo. Vamos, Chloe, hay que guardar.
—Vamos a tener que recoger todo al volver —anunció Rebecca, mirando su teléfono—. Sam ya está abajo.
Tomó en brazos a Chloe, agarró su bolso con lo esencial (o eso esperaba), la silla de bebés para el auto y salieron. Harry corrió hacia Samuel apenas lo vio, y este lo recibió con un abrazo que lo levantó del suelo.
—¿No te veo por tres días y ya estás más alto? —bromeó Samuel.
Harry rio, orgulloso. Rebecca, en cambio, quiso suspirar. Muy pronto tendría que comprarle camisetas y pantalones nuevos y su tarjeta necesitaba recuperarse después de haberle comprado calzado a Chloe.
—Sam —lo saludó ella, abrazándolo—. Gracias por venir por nosotros.
—No es nada, Becca —respondió él con su buen humor habitual—. Dame la silla, yo la coloco.
Rebecca sonrió. Samuel tenía una energía tan linda que por un momento logró distraerla del ardor en el pecho. Respiró el aire fresco y se recordó que aún existían cosas agradables.
Después de ubicar a Chloe, Harry subió por su cuenta. Rebecca tomó el asiento del copiloto y Samuel puso en marcha el auto.
—¿Cómo va la vida? —preguntó él.
—Excelente, ya necesitaba este pequeño descanso.
Samuel la miró un instante, lo suficiente para que ella entendiera la pregunta detrás de la pregunta.
—Igual que siempre —aclaró ella—. Luego les mostraré los mensajes a ti y a Brooke.
Samuel asintió, sin presionar. Esos temas no se hablaban frente a los niños.
—Tengo una botella de vino en el bolso —anunció Rebecca.
—Esas sí son buenas noticias —rio él—. Yo llevo el postre. En teoría, porque Jonathan es quien debe recogerlo antes de llegar a casa de Brooke.
—¿Ellie está con él? —intervino Harry desde atrás.
—Sí. Ahora que están de vacaciones, no hay quien la saque de la veterinaria. La entiendo, es más emocionante que verme a mí hacer cuentas.