Frederick volvió a mirar la hora en el teléfono, por décima vez en menos de cinco minutos. Había pasado poco más de una hora desde que Rebecca había desaparecido detrás de la puerta de urgencias y él seguía allí, sentado en una silla incómoda del pasillo, tratando de convencerse de que la esperaba solo porque era lo correcto… y no porque algo en ella le había despertado un inexplicable instinto de “no la dejes sola”.
Ella le había asegurado que podía marcharse, que pronto se sentiría mejor, que no era necesario que perdiera su tiempo. El problema era que su cara (pálida, tensa, con esa respiración entrecortada que habría preocupado a cualquiera con dos neuronas operativas) decía exactamente lo contrario. Así que había ignorado la despedida amable y había decidido plantarse allí hasta que saliera.
Una enfermera se le había acercado un rato antes y le había informado que la dejarían ir a casa después de unas pruebas. Con esa información, la decisión de Frederick se había vuelto más firme: si Rebecca iba a salir de ese hospital tambaleándose como cuando entró, él al menos la acompañaría hasta la puerta de su casa. Porque esa mujer claramente estaba mal. Y mejor ni imaginar qué habría pasado si él no la encontraba a tiempo.
Miró la hora otra vez, aunque no la registró. Su mente estaba ocupada debatiendo si debía llamar a Ethan, para que Brooke supiera indirectamente que algo había pasado o a Jonathan, para que pusiera al tanto a Samuel. Ambos planes sonaban razonables.
Antes de que tomara una decisión, la vio salir por el pasillo con unos papeles en la mano. No lucía como la encarnación de la salud, pero al menos ya no parecía a punto de desmayarse.
—¿Qué haces aquí todavía? —preguntó ella visiblemente confundida.
—Esperándote.
—Pasó más de una hora.
Frederick se encogió de hombros con naturalidad.
—Solo iba de camino a almorzar. Nada importante.
—¿Cómo que nada importante? Debes estar muriendo de hambre.
Él sonrió. Su preocupación le resultaba enternecedora.
—Un poco. Pero si ya te sientes mejor, podríamos ir a almorzar juntos.
—No, gracias —negó de inmediato—. Tengo que ir por Harry y Chloe.
—¿Dónde están?
—En casa de Brooke.
Frederick soltó un suspiro aliviado.
—Menos mal que no llamé a Ethan, pensé que él podría decirle a Brooke pero…
Rebecca abrió los ojos como platos.
—Dios… dime que no llamaste a nadie —lo interrumpió.
—No. Primero debía decidir si avisarle a Ethan o a Jonathan, y no llegué tan lejos. ¿Qué te dijeron?
—Nada. Sólo… por favor, no comentes que tuviste que traerme. Brooke sabe que tenía una cita médica, pero no puede saber que me enviaron a urgencias.
Frederick la miró, desconcertado.
—¿Por qué no quieres que sepa? Creí que eran amigas.
—Y lo somos. Precisamente por eso no debe enterarse. Ni ella ni Samuel.
—¿Y qué es lo que te pasa? —insistió.
—Nada grave —respondió ella, esquiva.
Frederick la observó con paciencia y declaró:
—Voy a guardarte el secreto. Pero solo con una condición.
Rebecca entrecerró los ojos.
—¿Me vas a extorsionar pidiéndome una cita?
—¿Qué clase de imbécil crees que soy? —preguntó con una sonrisa calmada.
—Eres hombre. Eso basta para que confíe lo justo —replicó ella.
Frederick aceptó la puñalada sin perder la sonrisa.
—Está claro que un hombre te decepcionó mucho. O varios. Así que la desconfianza se entiende. Pero tengo principios. Mi condición es simple: quiero saber qué tienes.
—¿Por qué?
—Porque si algo te pasa, alguien tiene que ayudarte, ¿no? —respondió él, elevando una ceja—. Y ya que no quieres que tus amigos te ayuden…
—Es que no quiero ayuda de nadie —lo interrumpió, echando a andar hacia la salida.
Frederick suspiró y la siguió como un guardaespaldas.
—Rebecca, ya sé que apenas nos conocemos y que no sé nada sobre tu vida, pero soy bueno escuchando.
Ella lo miró por encima del hombro.
—¿Tú? ¿El mismo que me coqueteó apenas me vio?
—¿Y eso qué tiene que ver? —soltó una carcajada—. Eres hermosa, seguro no soy el único que te lo dice.
—De hecho sí. Bueno, Samuel me lo dice, pero es gay, no cuenta.
Frederick la alcanzó y la tomó del brazo con suavidad, solo para detener su paso.
—Si te hice sentir incómoda, lo siento de verdad —dijo con total sinceridad—. ¿Saldría contigo? Por supuesto. Pero si no quieres, no voy a insistir… Bueno, quizá sí vuelva a coquetear, es parte de mi esencia, pero lo haré solo cuando estés mejor de salud.
Rebecca lo miró fijamente. Una sonrisa diminuta se le escapó. Trató de disimularla, pero terminó riéndose.