¿ Podemos elegir otro papá ?

~9~

Para sorpresa de absolutamente nadie, Ian no se había inmutado cuando ella le escribió diciendo que los niños preferían quedarse con ella ese día. La respuesta llegó en cuestión de segundos. Ni una pregunta, nada de un “¿están bien?”. Solo un emoji, ese famoso círculo que se formaba uniendo el pulgar y el índice. El emoji que transmitía perfección, aceptación… y que, en ese contexto, transmitía cero interés.

Rebecca suspiró profundamente mientras guardaba el teléfono, sintiéndose un poco ingenua. La explicación que le había dado a Ian (que los niños últimamente la veían poco por tanto trabajo, que estaban cansados, que la próxima vez seguro tendrían ganas) había sido una especie de intento inútil por creer que el padre de sus hijos no era un monstruo sin sentimientos. Pero lo era.

A unos metros, Harry y Chloe corrían por la plaza a la que habían insistido en ir, dándose la mano y girando en pequeños círculos, mientras jugaban a algo que solo ellos entendían. Rebecca los observó con una sonrisa cansada pero sincera.

—¿Y cómo estás? —preguntó Frederick, caminando a su lado sin despegar los ojos de los niños.

—¿A qué te refieres?

—¿Volviste a sentirte mal ayer?

Rebecca negó suavemente.

—No, y la verdad la crema para la urticaria me alivió mucho —respondió con una pequeña sonrisa—. Anoche, mientras tomaba un baño para dejar de oler a papas fritas, me di cuenta de que si no desaparece, será difícil usar el vestido para la boda de Brooke.

—¿Es escotado? —preguntó él con un tono peligrosamente interesado.

—Sí. Imagina un corsé con tiras en la espalda y… eso.

—Qué sexy.

Rebecca giró la cabeza para verlo, divertida.

—Ni siquiera has visto el vestido ni a mí con él.

—Tengo una imaginación excelente —declaró él, y sus ojos brillaron con picardía.

Rebecca rodó los ojos y volvió la vista al frente, justo a tiempo para ver a Harry saltando como conejo y a Chloe imitándolo.

—¿Y cómo estuvo tu noche de trabajo? —preguntó Frederick.

Ella soltó un suspiro largo.

—Agotadora. Perdí la cuenta de cuántas mesas atendí, pero obtuve buenas propinas y eso me animó bastante —explicó—. Espero que esta noche no sea tan intensa, porque debo buscar a los niños en casa de mi papá, regresar a la mía, hacerlos dormir, bañarme e implorar poder conciliar el sueño pronto para, con suerte, dormir cuatro horas antes de levantarme para prepararles el desayuno, dejarlos con mi papá e ir al museo.

Frederick la miró con preocupación.

—Rebecca, sé que necesitas el dinero, pero deberías dejar ese empleo nocturno —dijo suspirando—. Todo lo que sientes producto del estrés, va a regresar si no descansas como corresponde o si no te alimentas bien.

—¿Y qué se supone que haga? —preguntó, irritada—. ¿Dejar que mis hijos pasen hambre? ¿Sacar a Harry del colegio? ¿Hacerles usar la ropa aunque ya les quede pequeña?

—No lo dije para que te enojes —respondió él con calma—. Perdón.

Ella cerró los ojos un segundo y negó.

—No, perdóname tú a mí. Estoy enfadada con Ian y me desquito contigo —admitió, encogiéndose de hombros—. No me conoces y aun así te comportas como mi psicólogo, debería tener más consideración.

Frederick sonrió de lado.

—Sí te conozco. Eres amiga de Brooke, y eso es garantía de que eres buena persona.

Rebecca soltó una risa espontánea.

—¿Sí?

—Sí. Yo adoro a Brooke. De hecho, cuando Ethan terminó con ella… —movió la cabeza en señal de incredulidad—, le dije que se había vuelto loco y que se revisara el cerebro.

Rebecca se rio con más ganas. Frederick continuó:

—Todos fuimos felices cuando regresaron, especialmente al enterarnos de la existencia de Ava. Mi mamá incluso comenzó a pedirme nietos, pero ese no es el punto. Lo que quería decir es que creo que eres demasiado buena y no mereces lo que te está pasando.

Rebecca bajó la mirada.

—Lo merezca o no, es mi realidad.

—Sí, pero las realidades cambian. Solo que para tener resultados distintos, tienes que hacer cosas distintas.

—¿Y eso sería…?

—Dejar de ser tan paciente con tu ex y demandarlo.

Rebecca bufó suavemente.

—Admito que lo he considerado, pero no tengo dinero. Los abogados son costosos.

—Yo te doy el dinero.

Ella se detuvo un segundo y lo miró con una ceja arqueada.

—¿Qué dices? ¿Estás loco?

—No necesitas devolverlo, así que no sería un problema para ti.

—¿Y eso qué sería? ¿Tu causa benéfica anual? —bromeó incrédula.

—No, claro que no. Solo… no sé.

Rebecca se rio, divertida pero también sorprendida.

—Conozco a gran parte de tu familia. Doy fe de que los Montgomery vienen de otro planeta, uno donde no existe la maldad. Pero si tú me dieras dinero, yo me sentiría obligada a devolvértelo.




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