Rebecca estaba agotada, pero feliz. Un cansancio bueno, de esos que pesan en las piernas y en los párpados, pero alivian el pecho. Después de jugar un buen rato en la plaza, habían ido a comer a casa de su padre, y aunque Frederick se había ofrecido a invitarles el almuerzo, ella había sentido que aceptar sería abusar de su amabilidad.
Aun así los había llevado a destino sin darle un segundo para negarse. Luego había seguido su camino. El plan había sido ideal, porque Harry y Chloe ya se quedaron allí cuando llegó la hora de trabajar.
Así que ahí estaba, en el bar, con ganas de dormir de pie, pero contenta. Contentísima, incluso. Sus hijos habían tenido un día distinto e irradiaban felicidad cuando se despidió de ellos. Aunque, a esa hora, esperaba que esa radiación se hubiese transformado en bostezos y sueños profundos.
—Rebecca —la llamó Leah desde el otro lado de la barra—. Hay un hombre solicitando tu presencia.
Rebecca frunció el ceño mientras dejaba una torre de platos sucios sobre la encimera. Su padre no podía ser; él habría llamado si algo hubiese ocurrido con los niños. ¿Ian? Por favor, no. Lo último que necesitaba era una conversación incómoda en su lugar de trabajo.
—¿Un hombre? —preguntó, revisando el teléfono por inercia—. ¿Dijo su nombre?
—No, pero es alto, de cabello castaño, sonrisa linda… sexy para lo mayor que es.
Rebecca entornó los ojos.
—Está en la mesa seis —añadió Leah, encogiéndose de hombros.
Rebecca suspiró resignada.
—Está bien, ahora voy.
Se encaminó hacia la mesa con el ánimo justo para no arrastrar los pies. En su cabeza, Ian ya estaba sentado, probablemente sonriendo de manera falsa y preparado para alterar sus nervios. Sin embargo, no era Ian.
Era Frederick.
Y ahí fue cuando Rebecca se sintió horrible. Porque por alguna razón inexplicable, no quería que la viera así. Algo sudada y con el cabello recogido de cualquier manera. Por no mencionar que olía a fritura.
Él, por el contrario, estaba… demasiado bien.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin molestarse en disimular su sorpresa—. Yo no te dije la ubicación del bar.
—Tenía hambre —respondió él con total naturalidad— y pensé: ¿por qué no visitar a mi mesera favorita?
Rebecca elevó una ceja, pero Frederick sonrió descaradamente y continuó:
—Y en cuanto a cómo obtuve la dirección… no revelaré la identidad del pajarito.
Ella entrecerró los ojos.
—Algo me dice que ese pajarito se llama Samuel.
Frederick no se inmutó.
—Quizá sí. Quizá no.
Rebecca se mordió el labio para no reír.
—¿Ya viste el menú?
—Sí. Quiero una hamburguesa clásica de ternera, con pan brioche, cebolla caramelizada y pepinillos, y una Coca-Cola. Pero tráeme la bebida con la comida, por favor.
—La hamburguesa viene con papas fritas. Puedes pedirlas con cheddar.
—Sin cheddar, por favor —sonrió—. ¿Cómo te sientes?
—Bien. Con ganas de dormir, pero no me quejo —se encogió de hombros—. Fue un lindo día.
—Imagínate lo lindo que sería pasar un fin de semana en un lugar paradisíaco.
Rebecca negó, divertida, mientras se daba la vuelta.
—Enseguida traigo tu orden.
—Pero piénsalo —añadió él.
Ella se alejó con una sonrisa. Frederick era persistente, pero aún así no le parecía invasivo. Como una sombra agradable. Entregó la orden en la cocina, limpió mesas, atendió clientes y, unos veinte minutos después, llevó el plato a la mesa seis.
—Aquí tienes. ¿Se te ofrece algo más?
—Tu compañía —suspiró dramáticamente—. Qué lástima que no puedas sentarte a cenar conmigo.
—¿Y por qué no buscaste una cita? —preguntó ella—. Dijiste que te gusta salir con una distinta cada semana.
—No tengo ganas. Me divierte más pasar el rato contigo.
Rebecca levantó una ceja.
—Pasar el rato suena a que vas a conseguir lo que quieres y luego desaparecer.
—Pasar el rato significa comer, hablar, pasear… lo que sea —respondió y añadió con picardía—: Creo que tú tienes la mente sucia.
—Claro, yo soy la mente sucia y tú un corderito inocente —se rio—. Buen provecho.
Mientras se alejaba, escuchó su risa. Fue entonces cuando su teléfono vibró. Como todo estaba tranquilo, fue al baño. Era Ian.
Atendió con cierta confusión.
—¿Hola?
—Rebecca, acabo de llegar de casa de mi madre.
Ella frunció el ceño.
—¿Y…?
—Me dijo que te vio esta mañana con los niños… y un hombre.
—Sí, puede ser —respondió, tranquila—. Salí a pasear con Harry, Chloe y un amigo.