Llego a la oficina con el café en una mano y una bolsa de croissants en la otra haciendo malabares para no ensuciar el saco recién sacado de la tintorería.
Entro en la oficina del gobernador, y ahí está él, tan impecable como siempre, revisando unos documentos.
—Buenos días, señor. Aquí tiene su café y croissants recién hechos—. Su cabello está impecable peinado hacia atrás y afeitado a la perfección, me pregunto a qué huele su loción de después de afeitar.
Al verme, me dedica una de sus radiantes sonrisas capaces de derretir la antártida y me saluda.
—¡Eh, Beverly! ¡Muchas gracias! Déjalo donde siempre, por favor.
Sigo las reglas y procedo a salir, no sin antes recordarle algunos compromisos personales que sería bueno considerar en su apretadísima agenda.
El día empieza tranquilo, lo que en nuestro mundo significa que solo hay veinte cosas urgentes que hacer antes del almuerzo que seguramente se desarrolla con un computador delante, el plato a la derecha y la agenda a la izquierda. Estoy organizando la concordancia entre una conferencia de prensa para la tarde, coordinando con el equipo de seguridad y asegurándome de que la agenda del gobernador esté al día. Me gradué en publicidad por lo que mi misión es que la apretada agenda de responsabilidades del gobernador coincida con sus valores, con su vida personal y con lo que perciben los medios de comunicación y su campaña de redes. Una responsabilidad por demás interesante.
De repente, suena la alarma de emergencia.
No, no el timbre del teléfono, sino ¡LA ALARMA DE EMERGENCIA?
—¿Y eso?—pregunto levantando la vista y tanto Yesenia como otros cerca parecen ponerse en acción de inmediato.
Dos guardias de seguridad entran en un santiamén al despacho hablando con firmeza:
—¡Amenaza de bomba! Tenemos que activar el protocolo de emergencia 09ROJO, ¡de inmediato!
¡Ay, yo había estudiado esos códigos!
Mi cerebro entra en modo turbo. Empiezo a seguir las instrucciones de Yesenia mientras el gobernador se mantiene sereno, recibiendo las órdenes que nos llevan a movernos para estar a salvo o eso se supone.
¡Cuando me propusieron el trabajo me dijeron que sería maravilloso! Bueno, lo es. Y esto sí formaba parte de los manuales, pero no sabía que provocaría tanto pánico inmediato, caray, caray, caray.
El caos se desata. La oficina se convierte en un hervidero de actividad frenética. Todos corren de un lado a otro y yo trato de mantener la calma mientras hago una llamada tras otra mientras nos llevan a los tres por un pasillo de emergencia hasta lo que parece una bóveda. No sabemos dónde estará el vicegobernador, pero si mal no recuerdo su agenda, tiene sesiones hoy en la cámara legislativa.
Mientras andamos en nuestro camino, advierte el jefe de seguridad al señor Harper y no puedo creeme cómo puede hacer para mantener la cordura ante la severidad de las palabras que emite:
—Hay pruebas de una amenaza de bomba real. Debemos localizarla cuanto antes y precisar su magnitud.
—¿Una bomba real?—pregunta el gobernador.
—Hay pruebas de actividad de bomba activa.
—Cielo santo—farfulla él y el corazón se me congela mientras nos meten en una bóveda y la cierran tras nosotros mientras rezo y pienso en mi novio, en mi familia, en todos.
Los últimos días fueron un caos.
Y sí, se levantó más enemigos que villanos en una peli de superhéroes el gobernador Harper y eso es porque ha sabido mantener en pie su propia integridad.
Pero volvamos al comienzo… Llegué aquí luego de un nexo de interés. Tenía un trabajo feliz con una relación feliz y era feliz con mi hermana en tanto toda mi familia hasta que la propuesta de ser asistente de quien podría ser el gobernador más guapo y joven de todo el país golpeó a mi puerta y el mundo entero dio un giro que me puso ante sus pies, literalmente cuando tropecé con su alfombra en mi primer día de trabajo.
Así que empecemos por ese primer día, cuando llegué a Tallahassee…