Melania.
No podía dormir, definitivamente. No sé cuanto tiempo perdí dando vueltas a la conversación que tuve con Lord Iabal. ¿Y si estaba en lo cierto?¿Y si mi hermana quería borrarme del mapa? Era más que obvio que ella no querría regresar sola con padre a nuestro mugriento reino y aquella era la mejor oportunidad que le había brindado el destino para destacar con su poderosa personalidad. ¿Y si, incluso, ella misma había contactado con Lord Declan, contándole que estaba viva? Ya no sabía a quién creer, si a un extraño o a mi propia hermana. Nunca había visto mi futuro matrimonio como una vía de escape o una gran oportunidad de salir de Kälte.
Llegó un punto en que el estar dando vueltas en la cama me estaba provocando más cansancio, así que me levanté y fui a la estancia de al lado, dónde aun reposaban sobre el mueble el maletín de cuero, abierto y solo con un bote de tinta intacto. Miré la pared de enfrente, manchada aún, incluso cuando había intentado limpiarla. Me pregunté cómo iba a explicar qué había pasado. Pero ahora esa no era una de mis mayores preocupaciones. Cogí el tarro de cristal, la pluma y los papeles. Me senté en el tocador de la estancia dónde se encontraba la cama, ya que no tenían escritorio, y alejé los cepillos y pequeños baúles que guardaban mis joyas. Me sentí algo incómoda por el poco espacio y, también, por tener el espejo enfrente. Pero entonces aquella mirada de seguridad que vi en mi rostro me demostró que nada ni nadie frenaría lo que estaba a punto de escribir.
Me hundí en el recuerdo. En el frío que sintieron mis mejillas y los paisajes invernarles de mi querido Kälte. En el ardor que experimentaron mis muslos, la tensión de mi espalda por el galope de mi caballo y el dolor en las palmas de mis manos por culpa de las quemaduras. Me hundí en la mirada clara y rasgos finos del chico que me alimentó con el cariño semejante al de una madre y del sabor del agua caliente servida en acero. Volvió a mí la confusión y la adrenalina. Los gruñidos y aullidos. Entonces, noté mi corazón acelerándose y, después, dando un frenazo en cuanto recordé aquella mirada espesa como la tinta, el dulce olor de su cuello y la calidez y suavidad de sus labios. Algo en mi interior surgió, fuerte e intenso. Tanto que mis mejillas tornaron a rosadas tan solo con el recuerdo y, entonces, escribí el punto y final del relato. Había terminado todas las páginas que Iabal me había dejado y supe que tendría que pedir más para comenzar desde cero la historia que padre destruyó. Me levanté, abrazando los papeles contra mi pecho y reposé mi cuerpo sobre la cama. Antes de cerrar mis ojos vi cómo el primer hilo de luz salpicaba el jardín y acabé quedándome dormida con el olor a tinta impregnándose en mi nariz.
***
El sonido de la puerta me despertó horas después y más tarde un murmullo en la otra estancia. Me senté, aún abrazando las hojas de papel que ya estaban algo arrugadas. Intenté dejar el cansancio de lado y prestar atención. Oí voces. Dos en concreto.
—Estoy bastante segura de querer estar a solas con mi hermana. Sileh. —Escuché la voz de mi hermana, segura pero algo baja. Supe entonces que ella tampoco había dormido demasiado.
—Son órdenes directas del Lord. Debo ayudar a preparar a su hermana yo, no usted. Permítame que le acompañe a su cuarto, Lucrecia.
—Princesa Lucrecia. Creo que no le he dado la suficiente confianza como para que me hable tan directamente. —Cortante.
—Discúlpeme… Princesa.
—Vale, no me deja otra opción que ir a hablar personalmente con Lord Declan, ya que al parecer quiere cortarnos totalmente nuestros hábitos y no estoy de acuerdo.
Apreté los labios. Siempre estaba molestando. ¿No podría callarse y agachar la cabeza por una vez?
—¡No hace falta que moleste al Lord y menos a estas horas!
—Ah, ¿está insinuando que molesto, sirvienta?
Desde aquí podía notar la presión del ambiente. Entonces tomé el valor suficiente para levantarme. Dejé los escritos debajo de la almohada y fui hacía ellas. Lucrecia ya estaba vestida con un vestido oscuro de corte típico kältiano pero sin sus capas superiores. Me imaginé que por el calor del ambiente. Además, llevaba el pelo recogido en un moño bajo. Aquellas galas le hacían lucir mayor de lo que realmente era, a diferencia de Siléh y su vestimenta holzs. Al verme pasó de seria a sonriente. Pensé por un momento que se puso otra vez su máscara de falsedad. Yo me mantuve seria, no tenía la energía suficiente como para sonreírle.
—Buenos días, hermana. ¿Qué tal dormiste? —se acercó a mí para cogerme las manos pero me aparté dando un paso hacia atrás, seria. Por un momento vi un brillo de dolor en sus ojos.
—¿Crees que voy a tener un buen comienzo cuando te encuentro a estas horas de la mañana en mi alcoba y, además, discutiendo con mi doncella?
—Creo que era más sencillo devolverme los buenos días si tan cansada te encuentras —dijo irónica, lo que me causó el doble de irritación.
—Sileh, déjanos a solas, por favor.
La sirvienta asintió, hizo una pequeña reverencia y se marchó cerrando la puerta detrás de ella.
—¿Ocurre algo Melania? Siento que estás molesta conmigo y no entiendo por qué.
—¿A qué estás jugando, Lucrecia? —repliqué, mirándola a los ojos. Entonces por primera vez en años me di cuenta que no quería que aquella que tenía delante se convirtiera en mi reflejo. No.