Lucrecia
Mientras partíamos, desde los pasillos vestidos por alfombras color cobalto pude observar cómo dos nuevas doncellas llevaban nuestras pertenencias a una nueva habitación en el ala oeste, justo al lado de la de nuestro padre. Lord Declan no había tardado ni una mañana en cumplir mis deseos y así sosegar las grandes preocupaciones que le comenté la noche anterior. Cuando llegué a la gran plaza central me paré para observar mi alrededor. Por encima de nuestras cabezas estaba la enorme cúpula que conformaba el edificio con todos sus pisos superiores y a nuestra altura cuatro largos pasillos que seguían los puntos cardinales y cuyas alfombras eran de los cuatro mismos colores que los uniformes de la guardia de La Rosa de los Vientos: cian oscuro, vino tinto, amarillo ocre y verde oliva. Antes de deslizarme hasta la salida, volví a contemplar el pasillo del ala norte, donde se encontraban nuestras antiguas alcobas. Pude discernir a Elish —o a Siléh— desde mi posición, entre más criadas atareadas al final de este. Estaba lejos, pero podía sentir la presión de su mirada felina y depredadora sobre mi frente. Sedienta de la sangre que corría por mis venas.
—Lucrecia.
Melania abrazó suavemente mi brazo izquierdo, nerviosa, y me señaló con la barbilla la salida al final de un largo corredor, al sur, donde Lord Iabal nos esperaba sobre la alfombra vino tinto. Entendí entonces el nerviosismo de Melania, y supe ver detrás de la máscara de falsedad que portaba Iabal en aquel momento un brillo de sorpresa. Sorpresa por vernos juntas. Casi con un atisbo de decepción. Miré a Melania. Lucía un vestido de verano de corte típico kältiano de color pino, y no de corte holzs. Aunque sin sus capas superiores típicas, ya que era sorprendente el calor que hacía en aquel reino. Luego me percaté de aquello. ¿Por qué hacía tanto calor el Holz si se suponía que solo estaba más al oeste que Kälte? Me guardé la pregunta para cuestionársela más tarde a Lord Declan.
—Actúa con naturalidad. Sígueme el juego y si te notas muy nerviosa déjame a mi la palabrería —la susurré al oído, mirando atrevidamente a Lord Iabal y le dediqué una de mis mejores sonrisas—. Tiene que creer que estoy loca por él, Melania. Que soy una adolescente en parte inocente que solo tiene como objetivo casarse con un alto lord de esta corte, o cómo bien lo llamen aquí.
Melania asintió y sonrió de manera algo forzada. Iabal no nos quitaba el ojo de encima y entonces cuando se dio cuenta que le miraba, me devolvió una sonrisa falsa y nos saludó. Entendí que se había dado cuenta de la preparación de un carruaje. Lo que no supe fue como adivinó que era para nosotras y no para alguno de los invitados que llegó ayer por la noche. Tal vez Elish le informó que yo estaba con mi hermana en su alcoba y empezaron a observar nuestros movimientos más detenidamente.
Fui la primera en dar el primer paso hacia donde él se encontraba. Hubiera deseado ni mirarle y pasar de largo, como si se tratara de otro de los floreros que adornaban el pasillo, pero alguien de mi renombre no lo haría. Si no hubiera sabido de sus planes me hubiera acercado a él para ser irónica. Para hacerle otra demostración de mi don en la palabra y sobre todo para rechazar la oferta que sabía que iba a hacer. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, él fue el primero en hablar, como buen galán. Como un hombre digno de su cargo. Como el gran manipulador que era.
—Buenas —saludó—. Por lo que veo quedasteis exhaustas por el viaje.
Me sorprendió que fuera Melania la primera en responderle.
—Realmente Lucrecia lleva despierta desde bien temprano. Siempre suelo ser yo la menos madrugadora y eso que soy la más ferviente seguidora de El Gran Poderoso. —Le dedicó una sonrisa sincera a Iabal. Estaba haciéndolo bien, pero en sus ojos podía ver qué estaba verdaderamente aterrada.
—¿Una noche larga de escritura?
—Así es. Le conté a Lucrecia que usted fue el que me facilitó los útiles que necesitaba. Muchas gracias de nuevo.
Yo mantenía mi mirada sobre él. Una inteligente e irónica. Acompañada de una sonrisa burlona pero algo perezosa y leve. Entonces, en cuanto sus ojos y los míos se encontraron y sus labios se despegaron para decir lo que sabía que iba a decir, me apresuré a interrumpirle de la manera que él tanto odiaba. Porque sabía perfectamente que en su mentalidad una mujer debía ser mucho más paciente que un hombre.
—Quiere acompañarnos a ver la ciudad, ¿cierto? —Sonreí y él asintió. Iba a intentar hablar de nuevo pero no se lo permití—. Sé que está ansioso por estar a nuestro lado y… conocernos. —Conocerme, quise decir, pero no quería sonar tan presuntuosa. Y menos con mi hermana al lado. El sospecharía.— Pero esta vez es la primera en años que mi hermana y yo podemos estar a solas en un lugar que no sea encerradas y con miradas de odio. Me imagino que lo comprenderá, milord.
Milord. Una manera de acercarle. La máscara enseñó deseo hacia mí en sus ojos, pero bajo ella podía ver sus verdaderos pensamientos: Zorra. Cada parte de su cabeza estaba gritándolo a los cuatro vientos y yo no sabía por qué podía oírlos como si fueran un eco a mi alrededor. Tal vez fueran únicamente imaginaciones mías.
—Usted siempre tan perspicaz y rápida, princesa Lucrecia. A veces sus conversaciones parecen una competición de rapidez mental. —Sonrió.
Entonces comencé a caminar. Decidí pararme cuando conseguir darle la espalda y me giré levemente, luciendo mi cuello y el collar de oro blanco coronado por mi inicial. Ambos al descubierto debido a mi recogido sencillo. Le devolví la sonrisa y dije antes de irme: