Melania
El secuestro de Lucrecia trajo caos, devastación y sufrimiento. No solo en Holz. No solo en Kälte. La noticia se había deslizado por todo el continente más veloz que los vientos del oeste. Aún podía ver su melena cobriza ondeándose en el cielo, asemejándose a una bandera corsaria. Símbolo de peligro y advertencia.
Padre tardó un día completo en despertar y otro en recordar lo sucedido. Según el médico que le atendió su recuperación había sido milagrosamente rápida para la contusión que había sufrido en la cabeza. Mientras, Lord Declan, a pesar del revuelo que vivió palacio tras el secuestro, no se había despegado del lado del rey de Kälte hasta que este abrió los ojos. Nunca más osaría a utilizar la palabra preocupación a menos que estuviera al nivel de la de Declan al mirar a un Guillermo apagado sobre la cama de su habitación.
No pude dormir en días. La cama parecía burlarse de mi tormento, recordándome cada noche que estaba completamente sola sin mi hermana. La preocupación se sumó a una lucha interna. A un gran dilema moral: ¿desvelar que yo no era realmente Lucrecia?
No. No debía aunque uno de mis votos me impedía mentir.
—Oh, Gran Poderoso, perdóname por pecar. Pero la seguridad de mi hermana se sostiene gracias a mi mentira.
Recé noches enteras arrodillada ante mi gran cama, entrelazando fuerte mis dedos. No podía evitar llorar. Suplicar. Quería a mi hermana de vuelta. Quería gritar a los cuatro vientos que era Lucrecia la que estaba realmente en peligro. Pero si la verdad acababa saliendo a la luz… Si el reino de Holz supiera que la futura prometida de su soberano estaba a salvo en palacio, detendrían a la Guardia del Oeste y pausarían la búsqueda al otro lado del Muro. O lo que es peor: la noticia del engaño llegaría a oídos de El Rey de las Bestias y entonces por cólera acabaría con la vida de Lucrecia.
El resto de mis días se los dediqué a mi padre. Le leía mi novela favorita todas las mañanas en el desayuno para entretenerle. Para evadirme. Leí con todo el énfasis que mi cuerpo podía el mejor capítulo: cuando Lady Marie le confesaba sus sentimientos a su padre y este la encerraba en una torre para que no pudiera ver a su amado. Fue entonces cuando Guillermo se derrumbó por completo. El llanto que llevaba acumulado en su interior todos aquellos años salió al exterior en forma de tormenta. De huracán. Me abrazó con tanta fuerza que creí que no podría volver a respirar nunca más y balbuceó innumerables veces lo mal padre que era.
—Mi pequeña… Devuélveme a mi pequeña… —Repetía una y otra vez entre tartajeos y sollozos.
Me sentí casi como una madre protegiendo con su seno a un pequeño niño indefenso y mis lágrimas al final acabaron viendo la luz.
Lord Declan no volvió a pisar la habitación de Guillermo en las últimas semanas. Tampoco le vi durante la cena, que empecé a tomar junto a padre en su alcoba para no comer en completa soledad. Estar junto mi rey fue mi salvación durante aquel suplicio y, además, me mantenía alejada de Lord Iabal. No dejaría que la tristeza nublara mi poco juicio. Tenía claro que no deseaba tener al lord a mi alrededor como el carroñero que era.
Los días pasaron lentos, como si el frío que había dejado la ausencia de Lucrecia hubiera frenado el tiempo.
No obtuve noticias hasta la tercera semana. Y para mi desgracia, no provenían de la Guardia del Oeste, sino de Kälte. Aquel día Declan entró a la alcoba de mi padre bastante alterado. Como si hubiera corrido hasta aquí en cuando se había enterado. Fue tal la sorpresa y la incertidumbre que mi padre no pudo evitar levantarse de su cama, mirando con ansia las respuestas que el soberano traía consigo.
—No es sobre Melania —aclaró Declan mientras tomaba aire—. Es algo muy grave, Guillermo. Demasiado.
—Ve directo, amigo. Habla.
Declan tragó saliva amarga.
—Un gran motín viene hacia aquí, proveniente de Kälte. Ya han llegado hasta la Cordillera de la Media Luna y mi mensajero me afirmó que los encargados de las poleas les están dejando llegar hasta Holz. —Declan miró a Guillermo—. Quieren derrocarte y ejecutar a Lucrecia.
El silencio posterior se alargó más de lo que hubiera deseado. Por primera vez en años, experimenté un miedo real y el alivio de saber que era Melania no fue suficiente para apaciguarlo.
—Bastará con proteger palacio —contestó Guillermo sin tapujos.
—Mi guardia a dividido sus fuerzas por la búsqueda de Melania. Y los hombres que tú posees aquí no son suficientes. Debéis huir. Ya he ordenado que recojan vuestras cosas, el carruaje ya está listo.
—Por todos los reinos… ¿A dónde?¡Estamos atrapados por la cordillera y el puerto está cerrado por la época lluviosa! —exclamé. El miedo empezaba a dominarme. La presión del pecho iba en aumento hasta que mi padre cogió una de mis manos con delicadeza.
—No estamos totalmente perdidos, ¿verdad amigo mío? —preguntó mientras miraba a los ojos a Lord Declan—. Has elegido esa ruta. Lo veo en tu mirada. Arriesgada… Pero eficaz. ¿Aún estamos a tiempo?
—Si partís ya llegaréis al otro lado antes de que el agua llene el túnel. —Declan miraba a los ojos a Guillermo con una mirada aplastantemente segura. La seguridad que le hacía tan conocido en todo el continente.