Lucrecia
Habían pasado días desde la noche de la operación. Ilyana había sido desterrada al reino vecino, cuyo nombre desconocía, y desde entonces Dasyra se encontraba más callada que nunca. No obstante, noté el esfuerzo que ponía por lucir bien y alegre, aunque en su interior guardase una profunda tristeza.
Yo respeté sus silencios y me prometí el no sacar el tema delante de ella.
—¿Cuándo comenzaré con el entrenamiento de mis piernas?
—Pronto, estos días han sido para recuperarte de la operación.
Lo cierto es que aquellos días solo había estado comiendo muy variado, en grandes cantidades y durmiendo. Me sentía como un recién nacido.
Me sentía con más fuerza que nunca y lo único que deseaba es que llegara el día en el que el entrenamiento comenzara.
Y ese día llegó.
Helia se presentó en mi alcoba la mañana siguiente. Ya Dasyra me había avisado y me había ayudado a vestirme para estar lista en su llegada. La mestiza volvía a tener su aspecto de siempre, su pelo azabache y su estatura más baja que la de Dasyra.
—Buenos días, princesita.
—No sabía que supieras lo que son los modales, mestiza.
Cuando le rebatí con la fuerza tan característica que tenía, Helia me dedicó una sonrisa de oreja a oreja que me contagió.
—Mala hierba nunca muere.
—¡Helia!¡Se más sensible, la señora estuvo en un estado crítico!
Entonces ambas se giraron a la vez cuando escucharon que me estaba riendo.
Hacía tiempo que no me reía de manera natural. De esas pequeñas carcajadas que alivian la presión del pecho y el nudo de la garganta.
Helia miró de reojo a Dasyra sonriendo, orgullosa de que su broma me hubiera hecho gracia y Dasyra le respondió poniendo morros y suspirando.
Mi cuidadora me cogió en brazos y me sentó en la silla movible. Después de eso ambas se dirigieron hacia los pasillos de palacio. Cruzamos aquellos pasillos que una vez recorrí con Dasyra la primera vez que fuimos a contemplar el ensayo de danza de las ocho lunas. Terminamos en la misma sala de aquel día.
Me percaté que Dominik, el marcado, se encontraba preparando la sala y entonces Dasyra le dedicó una mirada de confusión a Helia.
—Le he ordenado que me ayude, no me apetecía cargar cosas pesadas.
Dasyra suspiró pero no discutió ni juzgó la decisión de Helia.
—Bien, mi señora, le explico que vamos a hacer —comenzó a explicarme Dasyra mientras se acuclillaba para ponerse a mi altura—. He notado que no tiene sus brazos nada entrenados, así que la primera idea que tuvo Helia para empezar me parece demasiado precipitada. Así que tanto ella como Dominik os ayudaran.
Cuando el marcado escuchó su nombre volteó su cabeza para mirarnos con la curiosidad típica que siempre guardaba su mirada. En cuanto mi mirada se posó sobre la suya la apartó al segundo. Me percaté que aquel joven vivía con el miedo constante a que lo castigaran por cualquiera de sus actos.
Dasyra me cogió en brazos y me llevó hasta una silla que habían puesto contra una pared. Ya me había acostumbrado a ser totalmente dependiente de ella, aunque me desagrádese la idea. Fue a ocuparse, pero antes de abrir la boca de nuevo Helia se le adelantó:
—Ya me ocupo yo de ella, Dasy. Descansa el día de hoy.
—¿Estás segura, Helia?
Asintió.
—Le serviré también la comida después del entrenamiento. Ve a dormir.
Casi sentí a Dasyra algo aliviada. La verdad es que desde el día de la operación no la había visto descansar ni una sola vez.
—Mi señora, si necesita de mí o si se siente incómoda hágame llamar.
—No te preocupes, Dasyra. Estaré bien.
La joven fae acarició mi mejilla con cariño y se marchó, dejándome sola en la sala con la mestiza y el marcado, que seguía ocupado con sus quehaceres.
La mestiza me dedicó una mirada en silencio. Casi parecía que estuviéramos jugando a quien apartase la mirada primero perdía.
—¿Y bien, mestiza?¿A que clase de tortura me vas enfrentar hoy?
Helia sonrió de manera sarcástica.
—Lo cierto es que te voy a tratar con toda la delicadeza del mundo, por órdenes de Dasyra.
—Sino fuera por ello me lanzarías por una ventana, asumiendo que esa es la manera correcta de que vuelva andar.
—No sería tan cruel, pero si que daría lo que fuese por poder cortarte esa lengua bífida que tienes.
Sonreí de lado a modo de respuesta.
—Bien, dame tus manos.
A veces me pillaba de sorpresa el que me tuteara. Nadie lo hacía salvo Melania. Quise pensar que lo hacía de manera inconsciente. Luego supuse que Helia no me veía como alguien superior a ella y por eso no me trataba de vos.
Le tendí mis manos y entonces pudo ver las cicatrices negras en mis palmas. Se quedó mirándolas y noté como las acarició con cuidado con sus pulgares. Me volvió a mirar a los ojos. Me centré durante un momento en el tacto de sus pequeñas manos. Eran ásperas y noté rugosidades en sus palmas y dedos, supuse que serían cicatrices y quemaduras.
—Bien, vamos a intentar que te pongas de pie para ver en que nivel estás ahora mismo.
Asentí con decisión. Entonces Helia tiró de mí hacia ella, agarrando mis manos Yo tomé impulso e hice fuerza con las piernas hacia arriba. Noté como me levantaba de la silla y me quedaba totalmente de pie, en vertical. Mis piernas temblaban pero hice fuerza para soportar mi propio peso. Al volver a estar de pie noté todas las consecuencias de haber estado tumbada y sentado durante todo ese tiempo. Mis piernas se sentían como dormidas y luego notaba mi espalda y lumbares totalmente rígidas. Iba a necesitar más paciencia de la que creía.
La mestiza seguía sujetándome con sus manos.
—Si te soy sincera pensé que no ibas a poder ponerte de pie.
—Gracias por los ánimos.
—De nada, es un placer.
No le contesté. Estaba demasiado concentrada en lo que estaba sintiendo mi cuerpo en esos momentos. Por un momento nos quedamos en silencio mirándonos y cogidas de las manos. Me percaté de que era más alta que ella y que debía alzar la cabeza para poder mirarme.