Poder y justicia

Prólogo

La mujer observó a su marido de forma dramática y confundida mientras él no le quitaba los ojos de encima desde la esquina de la habitación. Estaba inquieto y preocupado. ¿Quién no sentiría lo mismo en su situación? La joven esposa se revolvía frenéticamente en la cama suplicando que aquel desgarrador dolor desapareciera por completo de inmediato. Por un instante dudó y se preguntó si aquel suplicio merecía la pena. Miró a su marido a los ojos y se cuestionó si aún le amaba o si en algún momento de su vida lo hizo.

El primer llanto resonó fuerte y vivo entre aquellas pequeñas cuatro paredes. La joven reina apoyó todo su cuerpo agotado contra las sábanas y cuando iba a ordenar que le dejaran a solas, algo no esperado interrumpió su reciente tranquilidad:

—Hay un segundo bebé en su vientre —pronunció la partera volviéndose a poner manos a la obra.

Acalorada y abatida, la reciente madre no sabía dónde encontrar las fuerzas suficientes para traer a otra persona al mundo. El segundo llanto resonó más fuerte que el primero. La princesa Lucrecia, recientemente nacida, mantuvo su lloro toda la primera noche de vida, siendo quien más se lamentó por la muerte de su madre. Años pasaron y muchos fueron los que hablaron sobre el nacimiento de las princesas. Unos dijeron que la reina Almaia se rindió. Otros mencionaron que la segunda hija de los reyes estaba maldita. Pero una cosa estaba completamente clara. El Rey recibió un trago dulce y otro amargo. Perdió entre sus brazos a la mujer que amó y que luchó por obtener.

Tras el funeral de la joven soberana, el reino entró en un luto permanente. Todas las doncellas que habitaran en él y nunca hubieran alumbrado eran obligadas a vestir de un negro tan cerrado como la misma noche. Los colores fueron prohibidos ya que todos le recordaban al rey a su difunta esposa, quien siempre prefirió las vestimentas coloridas a las apagadas. Fue tal la obsesión del Rey Guillermo IV que incluso prohibió a toda la caballería el uso de corceles de capa clara.

Su reinado tornó al más oscuro y triste. Los inviernos aumentaron siendo los peores de la historia. Las cosechas decrecieron y con ellas la población, quien envejecía debido a la baja natalidad que sufrió este periodo. Tras tantas penurias seguidas los rumores crecieron más día tras día y la creencia de Lucrecia La Maldita llegó a oídos de reinos vecinos. Su padre, preocupado de que las masas ordenaran la ejecución de su hija menor, aisló palacio del mundo exterior y dio la falsa noticia de que Lucrecia falleció a causa de unas fuertes fiebres. Hubo pueblos que al enterarse de tal noticia organizaron festividades alegres y felices, deseando contemplar como el resto de cultivos del año serían más prósperos. Otros crearon mitos vueltos canciones, gracias a los juglares, quienes no permitieron que el nombre de la princesa quedara perdido en el olvido. Mientras, Guillermo se cuestionó durante años a quién confiaría la educación de sus dos hijas cuando estas tuvieran el intelecto suficiente como para empezar a formarse y convertirse finalmente en princesas dignas de su reino de su reino. Supo entonces que quería que ambas llegaran a ser tan poderosas como su fallecida madre. También, entendió que condenó a Lucrecia a vivir en una prisión eterna y cargó sobre la espalda de Melania la mayor responsabilidad posible: a todo Kälte.

—Mi rey y señor. ¿Ha ordenado mi audiencia? —Una anciana vestida con una capa azul pálido se inclinó frente al rey, sentado en su trono. La forastera de coloridas vestimentas era ignorante de las prohibiciones del reino de Kälte. Pero, no obstante, aun conociendo tales normas las incumpliría sin reparo.

Cuando ambos presentes quedaron en intimidad, el Rey decidió hablar.

—He oído hablar sobre usted, Bruja de la Armonía. Mi mujer contó maravillas de vos —dijo y acabó aclarándose la garganta tras la mención de su difunta esposa—. Necesito su ayuda y bendición, Lady Daisy.

Y tras una conversación ardua y dolorosa, Guillermo suplicó a la mujer que criara a sus dos hijas y las bendijera con el don de la serenidad y tranquilidad. Que hiciera de ellas dos mujeres fuertes e implacables. Listas parar sobrevivir en un mundo tan cruel y despiadado. No dejarse aplastar en caso de no tener su protección como padre y monarca absoluto.

—Obedeceré tal labor que me ha encomendado, mi Rey. Pero recuerde: Todo en esta vida tiene un precio que pagar.

—Pagaré todo lo que haga falta por mis hijas, Lady.

—No todo en esta vida se paga con dinero, Guillermo—acabó respondiendo la mujer, cuyo tono se asemejaba más a un consejo que a una amenaza—. Ni todo lo cobra quien debería hacerlo.

La sombra del pasado atacó directo a la mente del hombre. El recuerdo se sintió casi como un puñal que se abría paso entre su masa gris de manera muy limpia. Pensó en su esposa y en sus hijas.

Entonces, intentó imaginarse el futuro y dudó si pintarlo de los colores que le mostró Almaia en su matrimonio o de un negro tan abismal como el de la noche en la que la vida de la joven se le escapó de entre las manos.

Futuro. Aquella tarde, Guillermo rezó a El Gran Poderoso y se dio cuenta que era la primera vez en su vida que lo hacía sinceramente.



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En el texto hay: edad media, reinas y princesas, brujas

Editado: 28.12.2022

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