Cierro mis ojos y está negro.
Pero la oscuridad no me asusta.
Escucho las olas.
Siento la sensación del mar hondeandome, arriba y abajo.
Como cuando flotas de noche en la playa.
Bajo un lienzo azul turquesa.
Que tiene pincelazos plateados espontáneos.
Mi cuerpo está perfectamente equilibrado.
No hay peso en mi mirada.
Ni presión en mi espalda.
Lo más cercano que he estado a sentir una nube.
Y ni siquiera tuve que ir al cielo.
Porque la sensación fue causada en la tierra.
Por un simple mortal.
Que con su presencia, solo con ella.
Me envuelve en el mejor regalo.
Paz interior.
Y es ahí cuando sé que todos envidian poder sentir algo así.
Porque ni siquiera la felicidad se compara con el sosiego.
Aunque tal vez, solo quizás, si lo pienso más allá de mis prejuicios.
Pueda concluir al final de mi vida que el autor de esta obra.
Nunca recurrió en trucos débiles de carne.
Por el contrario, causaba una magia.
Explicada solo por la divinidad de un ángel.
Mi ángel.