Que eterna se hacen las horas del día pensándote,
y en medio de la nostalgia
de un bello atardecer,
mi corazón meditabundo
quisiera volverte a ver,
para exhalar un suspiro
para no morir de sed
para alimentar la esperanza
que en tus ojos un día veré,
mi rostro casi marchito
por el tiempo que espere,
mis pasos torpes y lentos
van caminando sin fe,
por la sombra de la muerte
por la mujer que fue.
Ella era todo en mi vida
sin ella yo moriré,
como un anciano de días
como cada atardecer,
como las rosas sin agua
del florero que quité,
así esta marchita mi alma
desde el día en que ella se fue.
Sin ella esta vida mía
no la quiero para que,
si nunca tendré sus besos
yo moriría de sed,
y pensando en su regreso
lloro cada atardecer,
la tristeza de mi alma
tiene nombre y es mujer.
Estas fueron las palabras
del discurso que escuché,
de un bohemio agonizante,
moribundo ya sin fe,
sin ella esta vida mía
no la quiero para qué.