La misma pregunta todas las noches
y todas las noches la misma respuesta:
silencio,
y el miedo crece.
¿Hacia dónde voy?
¿A qué he venido?
Y el miedo crece
¿Quién soy?
Las extrañas figuras que solapan mis pasos
me aturden con sus frases antañas,
las siluetas que callan se quedan atrás,
las otras, las permisivas, alientan mi salvajismo
y vuelvo a preguntarme:
¿Quién soy?
¿Tengo un propósito?
Quiero creer que es así.
La misma pregunta
y por desgracia la misma respuesta,
un pliego vacío.
No lo quiero, pero lo necesito,
demasiada tinta para escribir,
demasiadas preguntas por responder
y el miedo crece.
¿Quién soy?
Y las lágrimas recorren mis manos
cautivadas por su propia soledad,
ofuscadas por su ignorancia,
atraídas por una piedad que no pedí,
que no necesito
y el miedo crece.
La mujer del espejo,
con el rostro cansado me pide que calle,
que deje de cuestionarla.
¿Quién soy?
El rostro en el espejo me pide que mienta,
que lo haga creer en milagros,
que lo envuelva con fantasías,
lo que sea para encontrar una respuesta.
Me reprocha que se acabó el tiempo,
que la lucha ha terminado,
pero no quiero detenerme,
no puedo creerle.
Me queda un poco de fe,
la suficiente para seguir andando.
Me piden que ya no lo haga,
el camino ha menguado,
me quedan las manos, con eso cavare
y si es necesario lo hare con los dientes
y el miedo crece
¿Quién soy?
Un lamento de noche y de día,
la llama que se aferra a ocultarse,
le pido a Dios que me ayude,
porque es mi última oración y la primera también,
la vida del espejo no tiene sentido.
Las opciones se agotaron,
quise salvar al mundo, mi mundo,
crear y ayudar,
pero solo eran deseos vacíos, pasajeras ilusiones
en una historia conclusa.
No quise ver la realidad,
porque cuando la descubrí era horrible.
Ahora frustrada y engañada,
me he detenido, ya no quiero seguir
¿Para qué?
Interminables los días,
no se hacia dónde ir,
un letargo que los oprime,
una incertidumbre que carcome.
Me cansé de intentar, me cansé de rogarle,
buscaba un pretexto para no seguir,
encontré muchos, tomé uno y me detuve.
Odio con firmeza estas cuatro paredes,
del mismo modo amo a mis confidentes,
porque solo ellas conocen mi verdadero ser,
me encubren cuando me lamento,
me esconden cuando tengo miedo,
me escuchan cuando grito,
lamen mis heridas cuando sangro,
solo ellas guardan mis secretos cuando confieso.