Poemario Sendero de letras perdidas

Corazón de bestia

Negaste por mucho tiempo un sentimiento imperecedero,

fingiste ignorancia cuando te consumías por dentro,

ocultaste de todos que eras humano,

pero firmaste con sangre tu propio contrato.

 

Acercaste tus labios para morderme,

inclinaste tu olfato para cazarme,

te deslizaste bajo las sábanas hasta encontrarme.

 

Confesaste que solo era un pasatiempo,

el bocadillo sobrante en tu banquete,

el entremés de tu espantosa obra,

y en el silencio bajo el techo me acusabas con desprecio,

pero en lo clandestino de la noche me reclamabas con orgullo.

 

Hablar de amor era de estúpidos,

crear canciones era de locos,

enamorarse era perder el tiempo,

ocuparse de ello no se contemplaba en tu agenda.

 

Confesaste que solo era un pasatiempo,

uno de media tarde,

el pedazo de tiza que se desecha,

las hojas secas que olvida el otoño.

En mi legitimidad de una búsqueda diferente

me perseguiste con el ímpetu de un derecho impropio,

cuestionando mis andanzas,

profiriendo discursos irrisorios.

 

Aun los cactus con su piel rígida

también mueren si se descuidan,

y tú te secaste bajo la candidez de tu propia hipocresía,

te perdiste con tal de no aceptar que estabas vivo.

 

Fingiste que no te importaban las miradas,

esas que otros fraguaban,

cuando ahogabas por dentro las ansias de cegarlos,

de rasgar los cuellos de aquellos ladronzuelos.

 

Rompiste las hebras que había tejido con cuidado,

tiraste con desprecio el cobijo que te dieron mis brazos,

saltaste sobre los charcos que dejaron mis lágrimas,

pisoteaste al pobre vagabundo que blandía mi pecho,

sellaste con destellos de caricias y besos

el semblante sumiso que creíste poseer.

 

Con el paso de las lunas y las luces del norte,

entre desgarrados cuerpos y sangrientas pasiones

me arrastre hasta la puerta,

mientras yacías sumido en tus perversiones,

y hui con el valor que había contenido,

con el miedo que creí mío

y con el miserable orgullo que excitaba tu colmado ego.

 

Te abandone en el abismo de tus tentaciones,

ahogaste poco a poco la bestia que palpo mi cuerpo,

maldijiste tu herencia y corrompiste tu silencio,

te dolió despertar en un solitario aposento.

 

Ahora predicas con un aullido diferente,

dices que encadenaste a la feroz bestia,

que arrancaste la máscara que bordeaba tu rostro,

que cambiaste la tinta para escribir nuevas cartas.

 

Ahora tratas de remendar con un hilo cualquiera

esas magulladas sábanas,

pero te tiemblan las manos porque te pinchas las garras.

Ahora tratas de romper el candado con el que se blindó mi pecho,

pero te tiemblan las piernas porque no encuentras la llave;

tratas de proferir palabras bellas tras tus colmillos incautos,

pero te tiembla la voz porque sigues enfermo.

 

Maldices al que consuela mi corazón roto,

envidias el tacto que enardece mi cuerpo,

te remuerden los recuerdos,

con las tinieblas y con el alba.

Elijo una última petición con el derecho

que me cedió tu insaciable lecho:

recoge la venda que has dejado,

limpia tus heridas, permíteles que cicatricen

como hice con las mías.

 

Acuérdate de tus secretos,

de aquellos que te poseían,

de aquellos de los que osabas gloriarte,

pero no trates de inventar una historia,

no trates de iniciar una guerra,

no trates de fingir que te importa.

 

Dices que olvidaste al monstruo que me esclavizaba,

dices que aplacaste el veneno que te poseía,

pero aun sin máscara, sin ponzoña,

no pides perdón ni hablas de amor,

porque al hacerlo confesarías

que te sometes al pordiosero que se esconde en ti,

porque con decirlo revelarías

que tuve razón,

que detrás de esa carne podrida

aun palpita un corazón,

un corazón de bestia.



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En el texto hay: poesia, poemas, frases y pensamientos profundos

Editado: 07.02.2024

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