En las entrañas del deseo impetuoso,
la lujuria enciende su fuego latente.
Bailan las llamas en cuerpos que ansían,
la fusión de almas, la pasión sin tregua.
En miradas de brasas y labios encendidos,
la lujuria se desliza como un torrente.
Se entrelazan manos, se entremezclan alientos,
en la danza lasciva de amantes sedientos.
Seductora tentación que todo consume,
embriagando los sentidos en su perfume.
Caricias prohibidas, secretos susurros,
en el éxtasis fogoso, dos almas se encuentran.
Mas, entre los placeres que el deseo ofrece,
la lujuria es un fuego, un arma que ahoga.
Pues en su vorágine ardiente, sin control,
la pasión se torna tormento, vivo.
Y así, cautivos de un deseo apasionado,
en el abrazo ardiente, amor y pecado.
La lujuria nos domina, nos arrebata,
dejando huellas imborrables en el alma.
Así, en versos se derrama la pasión,
de aquellos que anhelan la lujuria en canción.
Un llamado a vivir con intensidad,
sin temor a caer en el oscuro frío.