Ayer mientras te acariciaba,
dos palomitas nos miraban,
y en su idioma; algo se decían,
no sé si copiaban nuestra pasión,
o si sentían envidia.
Pero el palomo picoteaba,
y la paloma accedía,
y en ritual de ternura pura,
la paloma se protegía.
De pronto, el palomo agitó sus alas,
y tras él, la paloma lo seguía.
La cornisa fue toda de ellos,
el mundo no existía,
no tenían miedo,
no tenían preocupación,
no tenían cadenas,
no tenían amarras,
no tenían imposibles,
no tenían nada,
no tenían envidia.
Entonces yo,
cambié mis caricias,
cerré los ojos y me eché a volar,
y tú, paloma mía; también me seguías,
y buscamos la mejor cornisa,
y te hice ¡mía, mía, mía¡
¡sólo mía!
sin miedo,
sin amarras,
sin cadenas.
Fuiste sólo mía,
con una pasión pura,
y sin envidia,
¡ahora!
somos cuatro palomas,
en la misma cornisa.