Hay una guerra en este mundo,
una guerra constante en mi interior,
un sentimiento, una ilusión, un amor
que se desvanece como humo en el viento.
Es poco lo que siento por ti,
pero ese poco es un volcán dormido,
una brasa que no se apaga,
un eco que no cesa.
No puedo olvidar esos ojos,
espejos de un cielo que ya no es mío,
esa sonrisa que aún extraño,
como se extraña el sol en invierno.
Traté de salvar el barco,
de navegar entre tus olas,
pero chocamos contra un iceberg,
una gran roca de hielo, fría y silente.
Nada más quedó de todo el amor,
solo escombros flotando en la memoria,
pedazos de un naufragio que aún duele.
Perdí batallas pequeñas a tu lado,
pequeñas derrotas que ahora parecen triunfos,
porque nunca perdí una tan grande
como estar sin ti.
Siento que se acercan victorias,
victorias que saben a ceniza,
a despedidas que nunca se dicen,
a silencios que gritan más que las palabras.
Aunque trate de olvidarte,
aún estás en mi corazón,
como una cicatriz que no termina de sanar.
Mi mente quiere dejarte en el pasado,
encerrarte en un cajón de recuerdos,
pero mi corazón aún quiere amarte,
aunque sea en secreto,
aunque sea en sueños.
¿A qué opción hacer caso?
¿A la razón que clama olvido
o al corazón que susurra tu nombre?
Tantas batallas me vuelven loca,
un campo de guerra sin tregua,
donde cada victoria es una herida
y cada derrota, un suspiro.
Crees ganar, ¿a cambio de qué?
¿De un trofeo vacío?
¿De un silencio que pesa más que el grito?
Esta guerra no tiene vencedores,
solo dos almas perdidas,
dos corazones rotos
que aún laten al mismo compás,
aunque sea en universos distintos.
Y mientras el mundo sigue girando,
mientras las estrellas se apagan y renacen,
esta guerra sigue viva,
en mi mente, en mi pecho,
en cada respiro que doy
y en cada lágrima que callo.
Porque el amor, aunque sea poco,
aunque sea un eco,
nunca se rinde.
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Editado: 20.02.2025