Poemas del Viajero del Velo

Hadas

Hadas

Tenía cinco años cuando la vi,
pequeña como un suspiro
y brillante como el fondo de un río
al que el sol le cuenta secretos.

Ella venía cada noche,
entraba por la hendija de la ventana
y me sacaba al bosque sin que nadie lo notara.
Jugábamos entre raíces vivas,
ella reía, yo reía,
yo creía que era amor.

Pero una noche,
no vino a buscarme a mí.

Mi madre desapareció.
Se la llevaron.
Con su vientre aún lleno de promesa.
Con mi hermano aún latiendo adentro.

Tardé años en saberlo,
en juntar las piezas
que las hadas nunca explican con palabras.

Su especie —bella, sí,
pero hambrienta—
se alimenta de la leche de madre humana,
creyendo que en ella hay magia antigua,
vida pura.
Es su modo de amamantar a sus crías.

Y a veces,
si en el vientre hay otro niño,
lo toman también.
No para matarlo,
sino para volverlo uno de ellos.

Mi hermano ya no es humano.
Tiene alas que no nacieron de los huesos,
ojos que brillan sin necesidad de luna,
y canta con la voz de las raíces.
Lo he visto.
No me reconoce.

Y yo…
yo no las odio.

Porque lo hicieron por necesidad,
como tantos otros seres que toman para vivir.
Porque vi ternura en su crimen,
y amor en su forma extraña de compensarme:
con juegos,
con memorias,
con preguntas.

Por eso escribo.
Para entender lo salvaje.
Para no olvidar que incluso las hadas
tienen hambre.



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En el texto hay: fantasia, fábulas poéticas

Editado: 19.08.2025

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