Letheón
Hay criaturas en el Velo
que no devoran la carne
ni desgarran los sueños,
sino que soplan despacio,
hasta que todo lo que fuiste… se disuelve.
Uno de ellos es el Letheón.
Nacido en el río del olvido,
sin ojos, sin boca,
con el cuerpo hecho de memorias que ya nadie reclama.
El Letheón no llega con violencia.
Se desliza por los rincones más tranquilos de la casa:
una taza sin nombre,
un reloj que olvidó su tic-tac,
una fotografía sin rostros.
Se sienta sobre la espalda del anciano,
como si fuera un chal invisible.
Y empieza a beber, con una ternura que aterra.
Primero se lleva las direcciones,
los rostros de los vecinos,
el nombre de la calle donde jugó de niño.
Luego, roba el rostro del hijo.
La palabra “amor”.
El sentido del espejo.
Pero nunca lo hace de golpe.
Lo disfruta,
como quien desteje un suéter sabiendo
que nadie lo volverá a usar.
La víctima no siente dolor.
Solo un leve escalofrío cuando alguien lo abraza
y no sabe por qué llora.
Y entonces, muchos se alejan.
Creen que ya no queda nada.
Que el olvido es más fuerte que el lazo.
Pero ahí se equivocan.
Porque hay cosas que el Letheón no puede tocar.