Ysenía
Cuentan los antiguos que en los límites del bosque del olvido
habita Ysenía,
una criatura de ojos dulces y vientre maldito,
que solo puede concebir robando la ternura de los hombres que aman de verdad.
No besa por placer.
No acaricia por deseo.
Ella siembra esperanza en corazones rotos
para cosecharla cuando más florece.
Seduce con voz de consuelo,
con promesas de un hogar invisible.
Y cuando el hombre se entrega,
cuando su alma deja caer la guardia,
Ysenía lo fecunda en sueños.
Pero no da a luz en este mundo.
Sus hijos nacen en la penumbra,
lejos de la luz y del abrazo.
Apenas abren los ojos,
los devora con la ternura de una madre rota.
No lo hace por odio.
Lo hace porque está vacía.
Porque su especie se alimenta de lo que nunca puede conservar.
Y el hombre,
al despertar,
no recuerda el momento en que fue padre,
solo siente un vacío nuevo,
una tristeza que no tiene nombre,
como si le hubieran arrancado algo sin saber qué.
Camina, respira, trabaja…
pero su alma está hueca.
Los ojos ya no brillan.
La sonrisa no vuelve.
Solo queda el eco de lo que nunca tuvo entre los brazos.
Desde entonces,
a esos hombres los llaman “los sin linaje”,
y si alguna vez los miras fijamente,
verás en sus pupilas
el reflejo de un hijo que nunca existió,
pero que les fue robado antes de poder llorarlo.