Los Cortez
Dos hermanos bandidos,
nacidos entre polvo y pólvora,
forjados en un país que cruje bajo botas y fantasmas.
Julio, el mayor,
lleva en la mirada la furia de todos los inviernos,
la cicatriz de un padre cruel
y de noches donde la sangre fue el único lenguaje.
Su sombra avanza primero que él,
y a veces parece más hombre su sombra
que el propio cuerpo que la sostiene.
Pedro, el menor,
camina tras sus pasos con el corazón encogido,
cargando inseguridades que no se atreven a pronunciarse.
Teme hablar, teme amar, teme mostrarse,
porque sabe que una sola palabra mal dicha
podría quebrar el lazo que lo ata a su hermano,
el único refugio que conoce
aunque también sea su tormenta.
Ambos se mueven entre el polvo de la revolución,
como figuras errantes que el tiempo se niega a olvidar.
Roban no solo oro, sino historias,
y dejan a su paso cicatrices en pueblos
que luego se cuentan como leyendas junto al fuego.
Pero no todo es humano en su destino.
Hay algo más,
algo que vibra entre los pliegues invisibles del mundo.
El Velo los ha escogido,
igual que me escogió a mí,
y los ha arrojado frente a fuerzas que no tienen nombre,
poderes mayores que la misma existencia,
poderes que devoran a quienes no son dignos.
La noche los sigue como una loba hambrienta.
El viento murmura advertencias,
y cada disparo que ejecutan
es como una oración torcida ofrecida a dioses olvidados.
Dependerá de ellos,
de sus manos marcadas y sus almas quebradas,
demostrar su valía,
mostrar que aún en medio de tanta oscuridad
puede nacer un fulgor que no se apague.
Porque si no lo hacen…
si se rinden ante la furia o el miedo,
el Velo me llevará a caminar su destino,
a perderme en la misma condena,
a convertirme en otro fantasma que el viento pronuncia.