El amor de Zor
Cuando era niño lo vi.
Tan puro, tan inocente,
con una curiosidad que me hacía eterno,
con una bondad que no merecía el mundo.
Yo habitaba en sus ojos,
me deslizaba en sus sueños,
era su mejor amigo aunque nunca lo supiera.
Desde mi nacimiento he cuidado
que no cruce el Velo.
Soy guardián de su verdadera fuerza,
resguardo las emociones
que él siempre intenta ocultar.
Ese es mi deber.
Ese es mi destino.
A veces camino detrás de él,
sigo cada uno de sus pasos,
observo cómo respira, cómo tiembla.
Me aprendo de memoria cada gesto,
cada mirada fugaz,
cada palabra no dicha.
Podría parecer un acecho enfermizo,
la sombra de un acosador enloquecido,
pero no es así:
soy yo, su otro,
su reflejo inevitable.
Pero el amor me quebró.
Lo sentí por primera vez
cuando su miedo me atravesó como un fuego.
Él tenía apenas cinco años
cuando aquel hombre quiso dañarlo.
Yo no lo permití.
Tomé su cuerpo,
y lo maté.
Desde entonces soy su protector,
su sombra inseparable,
su reflejo armado de dientes y violencia.
He destruido a todo aquel
que buscó herirlo,
lo he defendido incluso
de su propia fragilidad.
Él y yo nos pertenecemos.
Él y yo somos uno,
aunque me rechace,
aunque me tema por mi crueldad.
Yo siempre estaré ahí,
acechando en la penumbra,
para protegerlo de todo,
incluso del amor de otros.
Porque lo que él llama miedo,
yo lo llamo amor.
Y así rompí la regla sagrada
de mi especie:
un Doppelgänger jamás debe sentir.