Nuestra Madre
Madre de todo lo que respira en ambos mundos,
teje el destino con hilos de luz y sombra.
Nos ama con la ternura de un eclipse,
y a veces, para salvarnos,
debe condenar a otro.
Ese fue mi sino:
renunciar al amor para preservarlo,
negar mi rostro para que otros vivan,
ofrecer mi cordura al abismo,
mientras escribo versos en el libro de las hadas,
para que Tinu no despierte
y el caos no reclame su trono.
No la verás detener el filo del desastre;
su amor no actúa, sostiene.
Guarda el equilibrio entre el alma y el vacío,
para que cuando el velo te reclame,
puedas renacer…
o ser deshecho en polvo y memoria.
Si alcanzas su presencia,
tal vez toques un fragmento
de la humanidad que nos legó,
o quizás contemples la verdad última:
que nuestra madre es la Muerte,
y su abrazo, el principio de todo.
Cuando ella pronuncie tu nombre,
no temas.
Yo vendré a buscarte.
Soy el Viajero del Velo,
el guardián de su frontera.
Tomaré tu mano,
y juntos cruzaremos el umbral,
donde las sombras descansan,
y el silencio al fin respira.