Camisa Blanca
Caminaba de prisa, intentando llegar a mi destino, cuando te vi en la lejanía. Tú también venías, y a pasos rápidos te adelantaste. Me quedé con la idea de que quizás hubieras podido esperarme.
No puedo negar que ese día no anduviste mal; siempre vistes como un verdadero hombre.
¿Pero sabes qué más me llamó la atención?
Ese día, en voz alta, dije lo bien que te veías, con tu camisa blanca abierta, dejando que el aire danzara con ella.
Vi cómo me dabas tu espalda y, a pasos rápidos, te alejabas; espalda ancha y perfecta, mis ojos te ven perfecto.
Cuando llegué, ya estabas allí, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no mirarte. Sé que pasé por tu lado y te ignoré; cualquiera pensaría que no nos llevamos bien.
La verdad es que en las noches no duermo y en los días no razono, pensando en lo perfecta que estaba esa camisa blanca en tu cuerpo, cuán perfecta la lucías.
Me embriagas con tu madurez y tu hombría; hombre de mis sueños, así te veré todos los días, en la lejanía, con tus pasos rápidos y el viento cruel y juguetón ondeando tu camisa.