Quiero salvar al lobo
En todos los cuentos, el lobo tiene el papel de villano; él destruye la casa de los cerditos, persigue a Caperucita Roja y se come a los chivitos.
Pero yo no escribo cuentos comunes, escribo para cambiar las perspectivas; escribo igual que grito, escribo como lloro en las noches, y llorar para esta autora es bien difícil.
Creo que me bastó un golpe fuerte en la cabeza para organizar mis ideas y opiniones.
Este lobo en mi cuento es débil; en este cuento, la niña curiosa quiere ayudar al lobo, ser su amiga, a diferencia de las otras personas que ven al lobo y huyen. Ella no huirá.
Mi presión sube; comienzo a tener una sobredosis de palabras en mi mente.
Qué personas tan ignorantes, que no ven lo esencial de un corazón humano.
La niña veía eso en el lobo: un corazón humano.
La inocencia de esta niña era tan grande que no le importaba salir herida en el proceso de rescatar a un lobo de la trampa del cazador. Ella, sin temor a la muerte, quería cambiar el cuento y que esta vez el lobo fuera feliz.
No veía el daño ni la destrucción; no veía las heridas ni escuchaba a las personas que le decían que el lobo, como en todos los cuentos, destruiría y mataría.
Esta vez no. ¿No te preguntaste qué hay en el interior del lobo? Ella lo había visto, nítidamente. Y en todas sus facetas diría que su interior era dulce como finos caramelos, aunque en el fondo se le sentía un poco de acidez en su corazón.
Pero quería cambiar la historia, hacerla diferente.
Con todas sus fuerzas, quería salvar al lobo.
Pero entendió algo demasiado tarde.
No podrás salvar al lobo si no quiere ser salvado.
No puedes darle de comer hojas a un lobo si su naturaleza es comer carne fresca.