David siempre había tenido miedo del sótano de su casa. Era un lugar oscuro y húmedo, lleno de trastos viejos y telarañas. Su madre le decía que no había nada que temer, que sólo era un espacio para guardar cosas que ya no usaban. Pero David no le creía. Él sabía que había algo más en el sótano, algo que se escondía entre las sombras y que le observaba con ojos malvados. Un día, cuando sus padres salieron a hacer unas compras, David decidió enfrentarse a su miedo. Armado con una linterna y un bate de béisbol, bajó las escaleras que conducían al sótano. Encendió la luz y miró a su alrededor. No vio nada fuera de lo normal, sólo cajas, muebles, herramientas y juguetes viejos. Respiró aliviado y se dijo que su madre tenía razón, que no había nada que temer. Pero entonces, escuchó un ruido. Un ruido que le heló la sangre. Era un gemido, un gemido de dolor y de rabia, que venía de detrás de una puerta de metal que había al fondo del sótano. David se quedó paralizado, sin saber qué hacer. ¿Qué había detrás de esa puerta? ¿Quién o qué estaba haciendo ese sonido? El gemido se hizo más fuerte, más intenso, y David sintió que algo le empujaba a acercarse a la puerta. Era como si una fuerza invisible le atrajera hacia el origen del ruido. David trató de resistirse, pero no pudo. Dio un paso, luego otro, y otro más, hasta que llegó a la puerta. La tocó con la mano y notó que estaba fría, muy fría. Entonces, oyó una voz, una voz que le habló al oído con un susurro siniestro: -Abre la puerta, David. Abre la puerta y ven conmigo. Te estoy esperando. David sintió un escalofrío y soltó la puerta. Retrocedió unos pasos y se preparó para salir corriendo. Pero antes de que pudiera hacerlo, la puerta se abrió de golpe y de ella salió una figura. Era un hombre, o lo que quedaba de él. Estaba pálido, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas. Tenía los ojos inyectados en sangre y la boca abierta en una mueca de horror. Era el padre de David, el padre que había muerto en un accidente de coche hacía un año. El padre que había sido enterrado en el cementerio del pueblo. El padre que ahora era un fantasma. El fantasma se lanzó sobre David y le agarró por el cuello. Le apretó con fuerza y le dijo con una voz ronca y desesperada: -David, hijo mío, te he echado tanto de menos. Ven conmigo, ven conmigo al otro lado. Allí estaremos juntos para siempre. David trató de zafarse, de gritar, de pedir ayuda. Pero fue inútil. El fantasma era más fuerte que él y le estaba asfixiando. David sintió que se le nublaba la vista y que perdía el conocimiento. Su último pensamiento fue que iba a morir, que iba a morir en el sótano de su casa, a manos de su padre muerto.
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poemas cortos, vida real, cuentos cortos basados en sucesos reales
Editado: 10.12.2023