Nos encontrábamos a las cinco de la tarde
en el bar de siempre,
bebíamos hasta las ocho.
Ella se marchaba
y yo me quedaba hasta las nueve.
Todo el tiempo estaba drogada,
sus manos blancas tenían moretones
y el rímel en sus ojos estaba regado.
Su cabello siempre estaba despeinado.
Llevaba labial en sus labios
y un poco de polvo en sus ojeras.
Yo no sabía cómo era su vida
pero ella siempre decía que era un caos.
Supongo que ambos compartíamos la misma miseria.
Porque mi vida también es un caos,
por eso estoy en este bar de mierda.
En donde me embriago todos los días
con unas cuantas cervezas
y fumo tabaco para la depresión.
Ella en cambio se drogaba mucho
y un día no volvió más al bar de siempre.
Ya no había carcajadas,
ni el aroma de cerezas que su perfume dejaba.
No había más que un silencio,
y unas cuantas lágrimas cayeron de mis ojos
al enterarme de que aquella chica con el cabello desordenado
y sonrisa bonita
se había suicidado.